El Papa Francisco realizó la oración mariana del Ángelus desde el Balcón del Palacio Apostólico en la Plaza de San Pedro. En el comentario al Evangelio de hoy (Mc 1,29-39) subrayó: “La realidad que estamos viviendo en todo el mundo a causa de la pandemia hace particularmente actual este mensaje”.
Ciudad del Vaticano
El Papa nos recuerda el relato de Marcos 1,29-39, que presenta la sanación, “por parte de Jesús, de la suegra de Pedro y después de tantos otros enfermos y sufrientes que se agolpaban junto a Él”. Esta es la primera sanación física que nos cuenta el evangelista Marcos, añadió.
Un acto de dulzura
Francisco nos llama la atención sobre la escena narrada: “la mujer se encontraba en la cama con fiebre; la actitud y el gesto de Jesús con ella son emblemáticos: «Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó» (v. 31), señala el Evangelista. Hay mucha dulzura en este sencillo acto, que parece casi natural: ‘La fiebre la dejó y ella se puso a servirles’.
Seguidamente afirma: “El poder sanador de Jesús no encuentra ninguna resistencia; y la persona sanada retoma su vida normal, pensando enseguida en los otros y no en sí misma – y esto es significativo, ¡es signo de verdadera salud!”. El Papa añade: “Ese día era un sábado. La gente del pueblo esperaba el anochecer y después, terminada la obligación del descanso, sale y lleva donde Jesús a todos los enfermos y los endemoniados”.
Los predilectos de Jesús
Francisco subraya que “Jesús muestra su predilección por las personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu: es la predilección del Padre, que Él encarna y manifiesta con obras y palabras”. Y vuelve a llamarnos la atención sobre la acción de Jesús: “Sus discípulos han sido testigos oculares”, pero Jesús no los quiere como observadores, espectadores de su misión.
De aquí nace la fuerza de la misión: Jesús “les ha involucrado, les ha enviado, les ha dado también a ellos el poder de sanar a los enfermos y de expulsar demonios (cfr Mt 10,1; Mc 6,7)”. Y esta misión ha proseguido en la vida de la Iglesia hasta el día de hoy, insiste Francisco.
La misión de la Iglesia es “llevar la ternura de Dios a la humanidad sufriente” y ésta no es “algo opcional, algo accesorio”, dice Francisco, forma parte integrante de la misión de la Iglesia, “como lo era la de Jesús”.
El Papa recuerda que, dentro de pocos días, el 11 de febrero, se realizará la Jornada Mundial del Enfermo, “instituida por San Juan Pablo II, quien ha donado a la Iglesia también la Carta Apostólica Salvifici doloris, sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano (11 de febrero 1984)”.
Actualidad de este mensaje
El Papa hace notar que “La realidad que estamos viviendo en todo el mundo a causa de la pandemia hace particularmente actual este mensaje. La voz de Jacob, que resuena en la Liturgia de hoy, una vez más se hace intérprete de nuestra condición humana, tan alta en la dignidad y al mismo tiempo tan frágil. Frente a esta realidad, siempre surge en el corazón la pregunta: “¿por qué?”.
El Obispo de Roma, pone en evidencia que “Jesús, Verbo Encarnado, responde a este interrogante no con una explicación, sino con una presencia de amor que se inclina, que toma de la mano y hace levantarse, como hizo con la suegra de Pedro (cfr Mc 1,31). Agacharse para levantar a la otra persona. No olvidemos que la única forma permitida, la única forma permitida de mirar hacia abajo a una persona es cuando se le tiende la mano para ayudarla a levantarse. La única. Y esa es la misión que Jesús confió a la Iglesia. El Hijo de Dios manifiesta su Señorío no “de arriba hacia abajo”, no en la distancia, sino en la cercanía, en la ternura, en la compasión”.
Francisco vuelve a subrayar: “La cercanía, la ternura, la compasión, son el estilo de Dios. Dios se hace cercano y está cerca con ternura y compasión (…) La compasión de Jesús, la cercanía de Dios en Jesús es el estilo de Dios”.
¿De qué se nutre la compasión?
Francisco subraya que “el Evangelio de hoy nos recuerda también que esta compasión tiene sus raíces en la íntima relación con el Padre: antes del alba y después del anochecer, Jesús se apartaba y permanecía solo para rezar (v. 35). De allí sacaba la fuerza para cumplir su ministerio, predicando y sanando.
Que la Virgen Santa nos ayude a dejarnos sanar por Jesús – siempre lo necesitamos, todos – para poder ser a su vez testigos de la ternura sanadora de Dios”.