El Padre Pío no se cansaba de venerar a la Santísima Virgen, a San José, al Arcángel Miguel y a San Francisco de Asís.
Y no repetía constantemente a sus hijos espirituales que ellos lo hicieran también.
La devoción a la Virgen María era especialmente a la Virgen de Fátima y a través del rezo del santo Rosario.
Admiraba la altura espiritual de san José, imitó sus virtudes y recurrió a él en los momentos más difíciles de su vida.
Tuvo una devoción especialísima a san Francisco de Asís, cuyo nombre llevó desde el nacimiento, y a partir del cual entró en los capuchinos.
Y San Miguel Arcángel fue su guía en la batalla espiritual y su defensor contra el maligno.
Estas veneraciones siempre estuvieron teñidas de un carácter místico, que le dio el sentido de su vida devota.
DEVOCIÓN MARIANA DESDE SU INFANCIA
Cuando niño, Francisco entraba en la iglesia de Pietrelcina a saludar a la Virgen de la “Libera”.
En 1901, cuando tenía 14 años, fue a visitar el santuario de nuestra Señora del Rosario de Pompeya, con otros 7 compañeros de escuela y acompañados por el maestro Don Ángel.
El 6 de mayo de 1913 escribe al P. Agustín, su director espiritual:
“Esta Madre tan tierna, en su gran misericordia, sabiduría y bondad ha querido verter en mi corazón tantas y tales gracias.
Que, cuando me hallo en su presencia y en la de Jesús, me siento estrechamente unido y ligado al Hijo por medio de esta Madre!”.
El Padre Pío llamaba el mes de mayo: “el mes de la hermosa mamita”.
El 1 de mayo de 1912, él escribía a su padre espiritual:
“¡Oh el hermoso mes de mayo! El más bonito del año.
Si, padre mío ¡este mes nos recuerda muy bien las dulzuras y la belleza de María!
Pensando en los muchos beneficios que me ha hecho esta querida Mamita, tengo vergüenza de mí mismo por no haberla amado y servido lo bastante: en cambio, a sus cuidados afectuosos he respuesto con ingratitudes”
“El mes de mayo para mí es el mes de las gracias y este año espero recibir dos: que me recoja consigo para no seguir viendo esas caras feas (demonios).
La otra, usted la conoce.
Quisiera tener una voz poderosa para invitar a todos los pecadores del mundo a amar a la Virgen”
Para mostrar su devoción a la Virgen y obtener más fácilmente sus gracias, él le ofrece sus sacrificios.
Un día Cleonice Morcaldi, su hija espiritual, le preguntó a Padre Pío:
– Padre, ¿la Virgen viene uno que otro día a su celda?
–Mejor dime -contestó Padre Pío- si algún día no viene…
Su amor a la Virgen se expresaba en particular por el rezo del Santo rosario que llevaba siempre enrollado en la mano o en el brazo, como si fuera un arma siempre empuñada.
Sus cohermanos llamaban a Padre Pío “El rosario viviente”.
Una vez lo oyeron decir: “quisiera que los días tuvieran 48 horas para poder redoblar los Rosarios”.
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Todos los dones y prodigios para las almas los obtenía a través del Santo Rosario.
Un día le pidieron sus hijos espirituales les dejara su herencia espiritual. Padre Pío respondió inmediatamente sin pensar siquiera: “El Rosario”.
Y poco antes de la muerte a su amigo y hermano Fray Modestino le dijo: “¡Amen a la Virgen y háganla amar. Reciten siempre el Rosario!”.
Una joven enfermera de Bolonia fue hospitalizada en octubre de 1952 por una forma nefrítica muy grave, necesitando la operación.
Una noche le apareció en sueño Padre Pío diciéndole.
”En nombre de la Virgen María tus riñones desde este momento, no sangrarán más” y la avisó que volvería.
La mañana siguiente los médicos la encontraron clínicamente curada y la dieron de alta.
Sin embargo ella dijo que los médicos la habían curado.
Se le apreció nuevamente Padre Pío, muy serio, reprochándole su mentira.
NO SE PUEDE IMAGINAR AL PADRE PÍO SIN LA MADRE DE DIOS Y LA VIRGEN DE FÁTIMA
El Padre Pío siempre ha siguió con atención la Historia de las Apariciones de Fátima.
Un hilo invisible unió Fátima con S.Giovanni Rotondo.
La misma Armada Azul, movimiento internacional de ruego provocado por los mensajes Mariano de Fátima, se volverá, junto a su fundador, parte de la familia espiritual de Padre Pío.
En el 1959 llega a Italia, por un Peregrinatio Mariae organizado por el Comité Nacional Mariano, de que hacen parte entre los otros el cardenal Lercaro y don Gabriele Amorth, el famoso exorcista, ambos hijos espirituales de Padre Pío.
La estatua de la Virgen de Fátima llega directamente desde Cova de Iria y en Italia es llevada a visitar todas las capitales de provincia.
S.Giovanni Rotondo parece por lo tanto predestinada a ser excluida por esta visita privilegiada.
Pero justo la ciudad de Benevento renuncia a un día para permitirle a Padre Pio de saludar la imagen de la Virgen de Fátima.
La tarde del 27 de julio, él anuncia el principio de la novena “por la visita de la Mamá Celeste”, y exhorta todos los fieles a prepararse a esta visita con cristiana renovación.
La tarde del 4 de agosto, Padre Pio anuncia que faltan pocas horas a la visita de la Madre de Dios.
Por fin, el día mismo de la llegada, expresa así su alegría incontenible:
“Dentro de pocos minutos la Madre de Dios estará en nuestra casa… Ampliemos nuestros corazones.”
El 5 agosto del 1959 llega, a S.Giovanni Rotondo, la estatua de la Virgen de Fátima que es llevada en helicóptero en todas las capitales de provincia.
Durante la mañana del 6 de agosto el Padre puede bajar a iglesia, deteniéndose a veces, se sienta delante de la imagen de la Virgen de Fátima.
Cerca de las 3 de la tarde, el helicóptero con la estatua de la Virgen de Fátima levanta en vuelo de la terraza de la Casa Alivio del Sufrimiento.
El Padre Pío que se encuentra asomado a la ventana del coro de la Iglesia, el helicóptero cumple tres vueltas alrededor de la plaza repleta de fieles.
Luego se aleja en dirección de Sicilia.
A este punto, con los ojos humedecidos por la conmoción, el Padre Pío le dirige a María un breve quejido empapado de abandono filial:
“Virgen, Madre mía, llegaste a Italia y yo me enfermé; ahora vas y todavía me dejas enfermo”.
En este mismo instante el Padre Pío advierte un escalofrío correr por toda la persona y se cura milagrosamente del mal que los médicos le diagnosticaron: un tumor a la pleura.
Es el mismo Padre Agostino, amigo y director espiritual de Padre Pío desde los años de seminario, cuando confirma la curación inmediata del fraile estigmatizado dijo:
LA VENERACIÓN DEL PADRE PÍO A SAN JOSÉ
Él, como san José, aún sin serlo en el orden natural, se sentía padre y era consciente de los derechos y deberes de su paternidad espiritual.
Por este motivo, se dirigía con confianza a este santo, para suplicarle por sus hijos e hijas espirituales.
“Ruego a san José que, con aquel amor y con la generosidad con que cuidó de Jesús, custodie tu alma, y, como lo defendió de Herodes, así proteja tu alma de un Herodes más feroz: ¡el demonio!”.
“El patriarca san José cuide de ti con el mismo cuidado que tuvo de Jesús: te asista siempre con su benévolo patrocinio y te libre de la persecución del impío y soberbio Herodes, y no permita jamás que Jesús se aleje de tu corazón”.
Y San José correspondió al Padre Pío con una asistencia singular y con visiones extraordinarias.
En efecto, el Siervo de Dios, en enero de 1912, confió al padre Agustín de San Marco in Lamis:
“Barbazul no se quiere dar por vencido. Se ha disfrazado de casi todas las formas.
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Hace
ya días que viene a visitarme con otros de sus satélites, armados con
bastones e instrumentos de hierro, y lo que es peor bajo su propia
forma.
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¡Quién sabe cuántas veces me ha tirado de la cama arrastrándome por la habitación! Pero, ¡paciencia!
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Casi siempre están conmigo Jesús, la Mamita, el Angelito, San José y el padre San Francisco” (Ep I,252).
Al mismo padre Agustín escribe el Padre Pío, el 20 de marzo de 1921:
“Ayer, festividad de san José, sólo Dios sabe las dulzuras que experimenté, sobre todo después de la misa, tan intensas que las siento todavía en mí.
La cabeza y el corazón me ardían, pero era un fuego que me hacía bien” (Ep I,265).
El padre Honorato Marcucci, uno de los asistentes del Padre Pío en los últimos años de su existencia terrena, contaba este episodio.
Una tarde del mes anterior al de la muerte del venerado Padre, se encontraba con él en la terraza contigua a la celda n. 1, esperando para acompañarle a la sacristía para la función vespertina.
Era un miércoles, día consagrado a san José, y el Padre Pío no se decidía a moverse.
De pie ante un cuadro del glorioso Patriarca, apoyado en la pared, el venerado Padre parecía en éxtasis. Pasado un poco de tiempo, el padre Honorato le dijo:
“Padre, ¿debo esperar todavía?; ¿nos hemos de ir?; vamos con retraso”.
Pero sus preguntas quedaron sin respuesta.
El Padre Pío seguía contemplando al glorioso Patriarca.
Al fin, después de que el padre Honorato le arrastrara del brazo y le repitiera por enésima vez la pregunta, el Padre Pío exclamó:
Se dirigieron a la sacristía.
En la sala «San Francisco» encontraron al padre sacristán, que les preguntó:
“¿Cómo con tanto retraso?”.
El padre Honorato respondió:
“Hoy el Padre Pío no quería separarse del cuadro de san José”.
El Padre Pío no dejaba pasar una sola oportunidad sin invitar a sus hijos espirituales a cultivar una sincera y profunda devoción a san José, fuente siempre rica de enseñanzas, de consuelo y de favores.
Parece escucharse todavía hoy su voz: “¡Ite ad Joseph!” (Gn 41,55).
Id a José con confianza absoluta, porque también yo, como Santa Teresa de Ávila,
LA DEVOCIÓN DEL PADRE PÍO POR SAN MIGUEL ARCÁNGEL
Desde que era niño el padre Pío jugaba con imágenes del Niño Jesús, la Virgen María, San José y San Miguel Arcángel.
Él y su amigo Mercurio hacían una procesión con ellas que terminaba en una gruta.
El amor del Padre Pío por San Miguel Arcángel se debe a que él comprendió la ayuda de Miguel en los ataques del demonio.
Una de las cosas que incidió para que Pío decidiera dedicarse al sacerdocio fue escuchar una homilía sobre San Miguel Arcángel predicada por Don José Orlando en el día de la fiesta de la Arcángel.
Y poco antes de entrar al convento tuvo una visión de un hombre de belleza espectacular luchando contra hombres vestidos con ropas negras.
Miguel le advertía que debería luchar contra satanás en su vida sacerdotal y que él lo ayudaría.
Cuando era director espiritual del colegio para frailes fueron en peregrinación al Monte Sant’ Ángelo, el 1 de julio de 1917, el monte donde el arcángel se apareció 4 veces a través de la historia.
Allí el Padre Pío se recogió largo rato en oración en la puerta cómo lo había hecho anteriormente San Francisco de Asís.
Y entrando a la cueva tomó clara conciencia de su misión y de lo que el Señor le tenía reservado.
Un año después, en 1918, comenzaron sus pruebas con la transverberación la estigmatización y la transfixión
Además el Padre Pío hizo otras visitas solo y en bilocación a el Monte Sant’ Ángelo.
Al punto que le decía a sus hijos espirituales “yo voy siempre a la Santa Gruta del Monte Sant’Ángelo”.
A imitación de San Francisco de Asís hacía las cuaresmas de San Miguel Arcángel correspondientes al 8 de mayo y al 29 de septiembre, con sus respectivas novenas.
Y en esos momentos le sangraban más los estigmas.
El padre Pío también le decía a sus hijos espirituales que San Miguel Arcángel “está siempre aquí”, o sea con él.
Cuando se construyó la iglesia de Santa María de la Gracia en San Giovanni Rotondo, el padre Pío insistió que se utilizara un bloque de piedra de la sagrada Gruta del Monte Sant’ Ángelo.
Y también que se hiciera un altar en honor a San Miguel.
También pidió que apareciese una imagen de San Miguel hiriendo con su espada en la boca a lucifer.
Además quiso que se pusiera una imagen de San Miguel Arcángel en la torre de la Casa de Alivio del Sufrimiento, que él fundó.
Donde hoy aparece el Arcángel pisando a la serpiente y hay un título debajo que dice “San Miguel visita a los enfermos”.
A sus hijos espirituales los alentaba a que fueran a visitar la cueva del Monte Sant’ Ángelo e hicieran penitencia allí y que oraran por el propio Padre Pío.
Una vez le dijo a uno de ellos “a San Miguel hay que ir con los propios pies, de lo contrario habrá que ir con el ataúd sobre las espaldas”
LA DEVOCIÓN DEL PADRE PÍO A SAN FRANCISCO DE ASÍS
El nombre de San Francisco aparecía casi siempre en las siglas con las que encabezaba sus cartas y, con frecuencia, en el cuerpo de las mismas.
Durante muchos años celebró en el altar de San Francisco, en la antigua iglesita del convento.
El padre Agustín de San Marco in Lamis, en su “Diario”, describió la participación del Padre Pío en las celebraciones de san Francisco, Patrono de Italia, que tuvieron lugar en San Giovanni Rotondo en 1939.
Emocionado, siguió la procesión de la imagen del Poverello desde la ventana del coro.
Desde el momento mismo en que abrazó la vida religiosa, intentó imitar al seráfico Padre.
A Nina Campanile le pidió que orase a Jesús por él y escribió:
“Háblale de mí, que me conceda la gracia de ser un hijo menos indigno de San Francisco.
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Que
pueda servir de ejemplo a mis hermanos de religión, de modo que el
fervor se mantenga en mí y crezca cada día hasta hacer de mí un perfecto
capuchino” (Ep IV, 1010).
El Padre Pío propagó con entusiasmo el franciscanismo y su espiritualidad, y suscitó numerosas vocaciones a la vida religiosa y a la Tercera Orden.
Se preocupaba muy mucho de que las filas de los “Hermanos y Hermanas de la Penitencia” fuesen cada día más numerosas.
A Elena Bandini escribió el 25 de enero de 1921:
“Trabaja con interés por la salvación de nuestros hermanos y da a conocer a todos el espíritu de san Francisco, que coincide plenamente con el espíritu de Jesucristo.
La sociedad necesita renovarse y yo no conozco medio más eficaz que el que todos sean terciarios de San Francisco y vivan su espíritu” (Ep III, 1050s).
Al conocer el resurgir religioso promovido a través de la Tercera Orden, se sintió contento y consolado.
n relación a esto, escribió a Violante Masone:
“He llorado de emoción, y en el silencio de la noche y el retiro de mi celdita he elevado mis manos al cielo bendiciéndoos a todas y presentándoos a Jesús y a nuestro común Padre San Francisco. […]
No desistas de propagar la Tercera Orden y de promover en todos, por este medio, la verdadera vida.
Da a conocer a San Francisco y su auténtico espíritu a todos.
Grande es la recompensa que se te reservará allá arriba” (Ep III, 1079s).
Como San Francisco, el Padre Pío tuvo el don de los sagrados estigmas, y permaneció durante cincuenta años clavado a la Cruz, con Cristo, sufriendo indecibles dolores en el cuerpo y en el espíritu.