Los discípulos de Cristo son “la sal de la tierra” y son “la luz del mundo”. El Papa en su reflexión en el Ángelus de este domingo, meditando sobre el Evangelio del día, explicó el significado profundo de estas enseñanzas del Maestro.
Griselda Mutual – Ciudad del Vaticano
“Ante la violencia, la injusticia y la opresión, el cristiano no puede encerrarse en sí mismo ni esconderse en la seguridad de su propio recinto; tampoco la Iglesia puede encerrarse en sí misma, no puede abandonar su misión de evangelización y servicio”. El Papa a la hora del Ángelus dominical, comenta el Evangelio del día, y explica el lenguaje simbólico que utiliza Jesucristo para dar a quienes pretenden seguirlo, algunos criterios para vivir Su presencia y dar testimonio de Él en el mundo.
Seamos una presencia humilde y constructiva
Las imágenes sobre las que se detiene el Pontífice son las de la sal y la de la luz: Ustedes son la sal de la tierra, dice Jesús, ustedes son la luz del mundo (cf. Vv. 13.14). El Santo Padre comenta la primera: la sal.
La sal es el elemento que da sabor y que conserva y preserva los alimentos de la corrupción. Por lo tanto, el discípulo está llamado a mantener alejados de la sociedad los peligros, los gérmenes corrosivos que contaminan la vida de las personas.
Se trata, afirma Francisco, “de resistir a la degradación moral, al pecado, testimoniando los valores de la honestidad y la fraternidad, sin ceder a las tentaciones mundanas del arribismo, el poder y la riqueza”.
Es “sal”, explica, “el discípulo que, a pesar de los fracasos diarios – que todos tenemos – se levanta del polvo de sus propios errores, recomenzando con coraje y paciencia cada día, a buscar el diálogo y el encuentro con los demás”.
Y es “sal”, “el discípulo que no busca el consenso y la aprobación, sino que se esfuerza por ser una presencia humilde y constructiva, en fidelidad a las enseñanzas de Jesús que vino al mundo no para ser servido, sino para servir”.
“¡Y de esta actitud tenemos tanta necesidad!”
Hacer resplandecer la luz de Cristo con las buenas obras
La segunda imagen que Jesús propone a sus discípulos, y sobre la que profundiza el Pontífice, es la de la luz:
La luz disipa la oscuridad y permite ver. Jesús es la luz que ha disipado las tinieblas, pero ellas aún permanecen en el mundo y en las personas individuales.
Es tarea del cristiano – dice el Santo Padre – dispersarlas haciendo resplandecer la luz de Cristo y anunciando su Evangelio. Y, en este caso, “se trata de una irradiación que puede también derivar de nuestras palabras, pero que debe surgir sobre todo de nuestras ‘buenas obras’”.
El discípulo ayuda a eliminar los prejuicios y las calumnias
El Santo Padre precisa que “un discípulo y una comunidad cristiana son la luz del mundo cuando dirigen a otros hacia Dios, ayudando a cada uno a experimentar su bondad y su misericordia”. Porque “el discípulo de Jesús es luz, cuando sabe cómo vivir su fe fuera de los espacios pequeños, cuando ayuda a eliminar los prejuicios, a eliminar las calumnias y hace entrar la luz de la verdad en las situaciones viciadas por la hipocresía y la mentira”.
“Hacer luz”, remarca el Papa, una luz que “no es mia”, sino “la de Jesús”: porque “nosotros somos instrumentos para que la luz de Jesús llegue a todos”.
La Iglesia llamada a prolongar a Cristo en la historia
E incluso si en el mundo hay “condiciones de conflicto y de pecado”, Francisco recuerda que Jesús “nos invita a no tener miedo” de vivir en él.
Ante la violencia, la injusticia y la opresión, el cristiano no puede encerrarse en sí mismo ni esconderse en la seguridad de su propio recinto; tampoco la Iglesia puede encerrarse en sí misma, no puede abandonar su misión de evangelización y servicio.
Jesús en la Última cena pide al Padre que no saque a los discípulos del mundo, que los deje allí, en el mundo, pero que los proteja del espíritu del mundo.
La Iglesia, subraya aún el Santo Padre, “se prodiga generosa y tiernamente por los pequeños y los pobres: esto no es el espíritu del mundo, ¡es su luz y su sal!”
La Iglesia, añade, “escucha el grito de los últimos y los excluidos, porque es consciente de ser una comunidad peregrina llamada a prolongar en la historia la presencia salvífica de Jesucristo”.
“Que la Virgen Santa – reza al concluir su meditación – nos ayude a ser sal y luz en medio de la gente, llevando a todos, con la vida y la palabra, la Buena Nueva del amor de Dios”.