La noche del Sábado Santo, el Papa Francisco ha celebrado la Vigilia Pascual. Con esta fiesta litúrgica se rompe el silencio, el luto por la muerte de Jesús y se anuncia nuevamente el triunfo de la vida y de que la muerte no tiene la última palabra.
Manuel Cubías – Ciudad del Vaticano por VATICANNEWS.VA
La Vigilia Pascual es una celebración llena de símbolos. La luz, la Palabra de Dios, el agua, la renovación de las promesas bautismales y la recitación y aceptación de los rasgos fundamentales del Dios en quien creemos.
El Papa Francisco en su homilía se ha referido a la lectura del evangelio (Mt, 28,1-10) y refiriéndose a los primeros personajes que aparecen en el relato afirma: “Nos vemos reflejados en los sentimientos de las mujeres durante aquel día”. Y continúa: “Vieron la muerte y tenían la muerte en el corazón. Al dolor se unía el miedo, ¿tendrían también ellas el mismo fin que el Maestro?” (…) “La memoria herida, la esperanza sofocada. Para ellas, como para nosotros, era la hora más oscura”.
Ante esta escena, el Papa afirma con fuerza: “las mujeres no se quedaron paralizadas”. Por esta razón, “No renunciaron al amor: la misericordia iluminó la oscuridad del corazón”. Por eso, María “rezaba y esperaba”; las otras mujeres se preparaban para ir al sepulcro al día siguiente:” esas mujeres preparaban en la oscuridad de aquel sábado el amanecer del «primer día de la semana», día que cambiaría la historia”.
En ese contexto, ante el sepulcro, dice el Papa: “encontraron a Jesús, el autor de la esperanza, que confirmó el anuncio y les dijo: «No teman» (v. 10). No teman, no tengan miedo: He aquí el anuncio de la esperanza. Que es también para nosotros, hoy. Son las palabras que Dios nos repite en la noche que estamos atravesando”; y prosigue: “En esta noche conquistamos un derecho fundamental, que no nos será arrebatado: el derecho a la esperanza; es una esperanza nueva, viva, que viene de Dios”.
Las esperanzas superficiales se evaporan con el pasar de los días, por eso el Papa afirma: “La esperanza de Jesús es distinta, infunde en el corazón la certeza de que Dios conduce todo hacia el bien, porque incluso hace salir de la tumba la vida. El sepulcro es el lugar donde quien entra no sale. Pero Jesús salió por nosotros, resucitó por nosotros, para llevar vida donde había muerte, para comenzar una nueva historia que había sido clausurada, tapándola con una piedra”.
Francisco nos invita a no ceder a la resignación, a creer que todo está perdido: “no cedamos a la resignación, no depositemos la esperanza bajo una piedra. Podemos y debemos esperar, porque Dios es fiel, no nos ha dejado solos”; y reafirma con fuerza: “La oscuridad y la muerte no tienen la última palabra. Ánimo, con Dios nada está perdido”.
Francisco recordando el texto de Marcos, 10,49, afirma que tampoco son nuestras flaquezas las que tienen la última palabra: “Si en el camino eres débil y frágil, si caes, no temas, Dios te tiende la mano y te dice: «Ánimo” y nos invita a decirle a Jesús, para superar nuestros miedos: “Ven, Jesús, en medio de mis miedos, y dime también: Ánimo”. Contigo, Señor, seremos probados, pero no turbados” (…) “porque Tú estás con nosotros en la oscuridad de nuestras noches, eres certeza en nuestras incertidumbres, Palabra en nuestros silencios, y nada podrá nunca robarnos el amor que nos tienes”.
El obispo de Roma cita Mt 28,10: “Comuniquen a mis hermanos que vayan a Galilea» y nos recuerda: “Es hermoso saber que camina delante de nosotros, que visitó nuestra vida y nuestra muerte para precedernos en Galilea; es decir, el lugar que para Él y para sus discípulos evocaba la vida cotidiana, la familia, el trabajo. Jesús desea que llevemos la esperanza allí, a la vida de cada día”.
Ir a Galilea, afirma el Papa es ir a donde todo comenzó, es el lugar de los recuerdos, el lugar de la llamada: “Volver a Galilea es acordarnos de que hemos sido amados y llamados por Dios. Necesitamos retomar el camino, recordando que nacemos y renacemos de una llamada de amor gratuita. Este es el punto de partida siempre, sobre todo en las crisis y en los tiempos de prueba” (…) “Cada uno tenemos nuestra propia Galilea”.
Pero también, insiste el Papa, Galilea es el sitio más alejado de Jerusalén, sitio donde conviven otras creencias, la «Galilea de los gentiles» (Mt 4,15). Y nos dice: “¿Qué nos dice esto? Que el anuncio de la esperanza no se tiene que confinar en nuestros recintos sagrados, sino que hay que llevarlo a todos. Porque todos necesitan ser reconfortados” y prosigue: “Qué hermoso es ser cristianos que consuelan, que llevan las cargas de los demás, que animan, que son mensajeros de vida en tiempos de muerte. Llevemos el canto de la vida a cada Galilea, a cada región de esa humanidad a la que pertenecemos”.
Francisco insiste en que un servicio grande que todos los cristianos podemos hacer por la humanidad y enumera cuatro acciones a emprender: “Acallemos los gritos de muerte, que terminen las guerras. Que se acabe la producción y el comercio de armas, porque necesitamos pan y no fusiles. Que cesen los abortos, que matan la vida inocente. Que se abra el corazón del que tiene, para llenar las manos vacías del que carece de lo necesario”.
El Papa finalizó la homilía volviendo a los personajes con que comienza el relato evangélico de Mateo: las mujeres, “Abrazaron los pies que pisaron la muerte y abrieron el camino de la esperanza. Nosotros, peregrinos en busca de esperanza, hoy nos aferramos a Ti, Jesús Resucitado. Le damos la espalda a la muerte y te abrimos el corazón a Ti, que eres la Vida”.
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