La vocación es el tema de la segunda meditación de los ejercicios espirituales de la Curia Romana que tiene lugar en Ariccia y que fue seguida por el Papa desde la Casa de Santa Marta al no poder participar personalmente a causa de un resfriado. La vocación, dijo el predicador padre Pietro Bovati, “es siempre una elección que viene del corazón del individuo” y no algo “que se determina de manera colectiva”.
Michele Raviart- Ciudad del Vaticano
La vocación es “el encuentro decisivo en el que Dios nos ha hablado” y en el que decidimos obedecer su elección. Es el comienzo de una “nueva historia”, de un “nuevo nacimiento” en el que se crean nuevas paternidades y nuevas fraternidades. Por lo tanto, es necesario recordar el momento que vivimos cuando obedecimos y “escuchar de nuevo la voz del Señor”, en lo que es el significado más profundo de la oración.
En la segunda meditación del dos de marzo en los ejercicios espirituales de la Curia Romana en Ariccia, el Padre jesuita Pietro Bovati, teólogo de la Pontificia Comisión Bíblica, partió de la figura de Moisés para explicar lo que significa ser llamado. Moisés es un pastor y un siervo. No sabe que pasará de cuidar el rebaño de su suegro a liderar el rebaño del pueblo de Israel. “A veces”, explica el teólogo, “la Escritura presenta la llamada, la vocación, como una transformación de la profesión: de una ocupación material a una dedicación espiritual. De modo que lo que se ha vivido según la carne puede sugerir como signo los valores del Espíritu”.
“Dios siempre está trabajando para guiar a la persona al descubrimiento de una dimensión superior de la vida, de una donación más útil, un servicio más útil para los hermanos y hermanas. Dios llama en la vida, en esa historia concreta en la que, de algún modo de puede ver una parte de esa llamada. Dios llama en la vida, incluso en sus aspectos de sentido y esfuerzo, que son las condiciones para aspirar, tal vez inconscientemente, a una realidad más alta: lo que Dios, y sólo Él, es capaz de revelar y cumplir”.
Moisés no sabe a dónde va y ni siquiera se da cuenta de que se está acercando a un lugar sagrado cuando está intrigado por la zarza ardiente en el Monte Horeb. No puede imaginar el significado del arbusto quemado por el fuego sin consumirse y lo que se le revelará. “Estos diferentes aspectos de la ignorancia, de la no conciencia”, señala el Padre Bovati, “constituyen la matriz esencial para comprender lo que es realmente la vocación en su dimensión profética, es decir, que siempre es una revelación de Dios, no una lúcida autoconciencia, no una autodeterminación”. De hecho, al llamarlo por su nombre, Dios le pide a Moisés una disponibilidad personal, a la que éste responde diciendo: “Aquí estoy” y “emprendiendo un viaje de conciencia y obediencia”.
Por lo tanto, la llamada de Dios tiene lugar “en una condición humana, en una persona no preparada; sucede como una sorpresa, como un evento inesperado que aparentemente sucedió de manera inesperada”. De hecho, la elección de David, un muchacho que toca la cítara y que no es un guerrero; para luchar contra Goliat o la de Jeremías, un joven inexperto llamado a profetizar para las naciones, es inesperada.
La sorpresa es en realidad “la marca” de Dios, y también la desproporción entre lo que se considera oportuno e incluso necesario a los ojos de los hombres, y lo que Dios elige como mediación: como por ejemplo, un siervo para su obra salvadora.
De la zarza viene la voz de Dios. Un signo que la Biblia no explica explícitamente, pero que para el religioso jesuita puede ser interpretado de dos maneras. Por un lado, la zarza es la representación simbólica de Moisés: es un hombre, una miserable realidad investida de fuego, “un símbolo privilegiado del Dios vivo”. Una unión que “en lugar de aniquilar a la débil y frágil criatura, la promueve a una vitalidad, a una tarea que parece imposible para el hombre”. Por otro lado, la zarza es “la realidad sufriente del pueblo de Israel”, mientras que el fuego es “el poder cruel del opresor egipcio, que es incapaz de aniquilar esta frágil realidad de un pueblo sumiso, porque Dios está presente”.
El Nuevo Testamento, asimismo, muestra el valor espiritual de la vocación para aquellos que ya siguen al Señor. En el Evangelio de Mateo Jesús pregunta a los discípulos: “¿Ustedes quién dicen que soy?”, para dejar claro que Él no es uno de los muchos profetas, sino que es “el Único, el Hijo, el Mesías, el Hecho Real” y no una expectativa o preparación. “Tú eres el Cristo, Hijo del Dios vivo”, responde Pedro. Una respuesta que no viene de la carne y la sangre, de las decisiones humanas, sino que viene a través de una revelación del Padre. Una respuesta que no es colectiva, sino individual.
“La vocación es siempre una elección que viene del corazón del individuo y nunca es el asentimiento a un grupo, a algo que se determina de manera colectiva, como una especie de ola en la que se participa sin una responsabilidad personal y decisiva”.
Pedro también se transforma por la adhesión a Dios. No sólo en el nombre, sino en la esencia. “Él, débil, incierto, se convierte en la roca en la que se apoya la propia Iglesia, se convierte en el principio de la solidez en la fe para ayudar a sus hermanos y hermanas a superar todos los escollos del diablo, todos los poderes del inframundo que se desatarán.
“A nosotros”, concluye el Padre Bovati, dirigiéndose a la Curia, “se nos ha pedido ser como Pedro, pero debemos seguir al Señor, seguirlo de verdad” en su camino de la Pasión y la Cruz. La invitación es a rezar para pedir el don del Espíritu para ser verdaderamente discípulos del Señor. Un deseo ejemplificado por el Salmo 63, el de “la elección de Dios”, que dice: “Tu amor vale más que una vida”, “en una relación de amor y comunión que es verdaderamente nuestra dicha”.
Credit: Vatican News
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