En la misa por el pasaje de los símbolos de la JMJ, en el que una representación de los chicos centroamericanos y panameños, entregaron la cruz de la Jornada y el icono de la Virgen Salus Populi Romani a los portugueses, que celebrarán en el 2023 la próxima JMJ, en esta ceremonia litúrgica, el Papa en su homilía aconsejó a los jóvenes, les dijo que no renuncien a los sueños grandes, éstos dependen de las grandes decisiones, como lo dice el Evangelio de hoy. Y les aconsejó: “Cada uno de nosotros nos convertimos en lo que elegimos, para bien o para mal”
Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano
El Papa en su homilía, dirigiéndose a los jóvenes del mundo, les pidió que no renuncien a “los sueños grandes. No nos contentemos con lo que es debido. El Señor no quiere que recortemos los horizontes, no nos quiere aparcados al margen de la vida, sino en movimiento hacia metas altas, con alegría y audacia. No estamos hechos para soñar con las vacaciones o el fin de semana, sino para realizar los sueños de Dios en este mundo. Él nos ha hecho capaces de soñar para abrazar la belleza de la vida. Y las obras de misericordia son las obras más bellas de la vida. Si tienes sueños de gloria verdadera, no de la gloria del mundo que va y viene, sino de la gloria de Dios, este es el camino. Porque las obras de misericordia dan gloria a Dios más que cualquier otra cosa”.
Para realizar grandes sueños se necesitan grandes decisiones
Y para realizar esos grandes sueños, el Santo Padre aconsejó a los jóvenes que deben tener grandes decisiones. Y de esto habla el Evangelio de hoy. En el momento del “juicio final el Señor se basa en las decisiones que tomamos. Casi parece que no juzga: separa las ovejas de las cabras, pero ser buenos o malos depende de nosotros. Él sólo deduce las consecuencias de nuestras decisiones, las pone de manifiesto y las respeta”.
De manera que la vida de cada uno, “la vida, dijo, es el tiempo de las decisiones firmes, fundamentales, eternas. Elecciones banales conducen a una vida banal, elecciones grandes hacen grande la vida”.
Cada uno de nosotros nos convertimos en lo que elegimos
En efecto, cada uno de nosotros nos convertimos en lo que elegimos, para bien y para mal. “Si elegimos robar nos volvemos ladrones, si elegimos pensar en nosotros mismos nos volvemos egoístas, si elegimos odiar nos volvemos furibundos, si elegimos pasar horas delante del móvil nos volvemos dependientes”. Pero si optamos por Dios, si elegimos a Dios, “nos volvemos cada día más amados y si elegimos amar nos volvemos felices”. Porque como afirmó el Papa la “belleza de las decisiones depende del amor. Jesús sabe que si vivimos cerrados e indiferentes nos quedamos paralizados, pero si nos gastamos por los demás nos hacemos libres. El Señor de la vida nos quiere llenos de vida y nos da el secreto de la vida: esta se posee solamente entregándola”.
Cualquier decisión tiene sus obstáculos
Pero cualquier decisión que tomemos, tiene sus obstáculos, que las convierte en arduas las elecciones, y estos son: el miedo, la inseguridad, los porqués sin respuesta. Sin embargo, para superar estos obstáculos, Francisco afirmó que “el amor nos pide que vayamos más allá, que no nos quedemos sujetos a los porqués de la vida, esperando que llegue una respuesta del Cielo. No, el amor nos impulsa a pasar de los porqués al para quién, del por qué vivo al para quién vivo, del por qué me pasa esto al para quién puedo hacer el bien. ¿Para quién? No sólo para mí mismo: la vida ya está llena de decisiones que tomamos mirando nuestro beneficio, para tener un título de estudios, amigos, una casa, para satisfacer los propios pasatiempos e intereses. Pero corremos el riesgo de que pasen los años pensando en nosotros mismos sin comenzar a amar. Manzoni nos da un hermoso consejo: «Se debería pensar más en hacer el bien que en estar bien; y así se acabaría estando mejor» (Los novios, cap. XXXVIII)”.
Y en este siglo 21, a los obstáculos anteriores para alcanzar esos grandes sueños, se unen la fiebre del consumo, que “narcotiza el corazón con cosas superfluas. Se encuentra la obsesión por la diversión, que parece el único modo para evadir los problemas, y en cambio sólo pospone los problemas”. En estos tiempos, el Papa dijo que hay una fijación en la reclamación de los propios derechos, olvidando el deber de ayudar. Otro obstáculo es la gran ilusión sobre el amor, que parece algo que “hay que vivir a fuerza de emociones y de “me gusta”, cuando amar es sobre todo: don, elección y sacrificio. Elegir, especialmente hoy, es no dejarse domesticar por la homogeneización, es no dejarse anestesiar por los mecanismos de consumo que desactivan la originalidad, es saber renunciar al aparentar y al mostrarse. Elegir la vida es luchar contra la mentalidad del usar y tirar y del todo y rápido, para conducir la existencia hacia la meta del Cielo, hacia los sueños de Dios”.
En vez de decirnos qué me apetece hacer, decir qué me hace bien
Muchas elecciones surgen cada día en el corazón. El Papa da otro consejo más a sus jóvenes, un último consejo para que se “entrenen a elegir bien. Si nos miramos dentro, vemos que a menudo nacen en nosotros dos preguntas distintas. Una es: ¿Qué me apetece hacer? Es una pregunta que con frecuencia engaña, porque insinúa que lo importante es pensar en uno mismo y seguir todos los deseos e impulsos que uno tiene. Sin embargo, la pregunta que el Espíritu Santo sugiere al corazón es otra: no ¿qué me apetece hacer?, sino ¿qué te hace bien? Aquí está la elección de cada día: ¿Qué quiero hacer o qué me hace bien? De esta búsqueda interior pueden nacer elecciones banales o elecciones de vida. Miremos a Jesús, pidámosle la valentía de elegir lo que nos hace bien, para seguir sus huellas en el camino del amor, y encontrar la alegría”.
Obras de misericordia que transforman nuestra vida
En su homilía, el Papa refiriéndose al Evangelio del día de San Mateo, habló de la lista de “los dones que el Señor nos entrega, los dones que desea para las bodas eternas con nosotros en el Cielo”. Jesús, “antes de entregarnos su amor en la cruz, nos deja su última voluntad. Nos dice que el bien que hagamos a uno de sus hermanos más pequeños —hambrientos, sedientos, extranjeros, pobres, enfermos, encarcelados— se lo haremos a Él”.
Son las obras de misericordia, que transforman nuestra vida en eternidad. El Papa dijo que cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Las pongo en práctica? ¿Hago algo por quien lo necesita? ¿O hago el bien sólo a los seres queridos y a los amigos? ¿Ayudo al que no me puede devolver? ¿Soy amigo de un pobre?, porque en cada uno de nuestros hermanos, aquellos que más nos necesitan, allí está Él, Jesús. “Yo estoy ahí”, te dice Jesús, “te espero ahí, donde no imaginas y donde quizás ni siquiera quieres mirar, ahí en los pobres”.
“Yo estoy ahí, donde el pensamiento dominante —según el cual la vida va bien si me va bien a mí— no muestra interés. Yo estoy ahí, dice Jesús también a ti, joven que buscas realizar los sueños de la vida.”
Un joven santo, cuyo carisma es siempre actual
Y recordando la conversión de San Martín de Tours, el Pontífice siguió su homilía: “Yo estoy ahí, le dijo Jesús a un joven soldado hace algunos siglos. Tenía dieciocho años y todavía no estaba bautizado. Un día vio a un pobre que pedía ayuda a la gente, pero no la recibía porque «todos pasaban de largo». Y aquel joven, «comprendió que, si los demás no tenían compasión, era porque el pobre le estaba reservado a él». Pero no tenía nada consigo, sólo su capa militar. Entonces la rasgó por la mitad y dio una mitad al pobre, sufriendo las burlas de algunos a su alrededor. La noche siguiente tuvo un sueño: vio a Jesús, vestido con el trozo de la capa con que había cubierto al pobre. Y lo escuchó decir: «Martín me has cubierto con este vestido» San Martín era un joven que tuvo aquel sueño porque lo había vivido, aun sin saberlo, como los justos del Evangelio de hoy”.