Los Santos “son los testigos más autorizados de la esperanza cristiana, porque la han vivido plenamente en su existencia, entre alegrías y sufrimientos, poniendo en práctica las Bienaventuranzas”: afirmó el Papa en la Solemnidad de todos los Santos este primer domingo de noviembre, en la reflexión que precede la oración del Ángelus dominical.
Estas Bienaventuranzas, que Jesús predicó y que hoy resuenan en la liturgia son el camino de la santidad, precisó el Pontífice, refiriéndose en particular a dos de ellas, la segunda y la tercera, ambas que “comienzan aquí abajo” y se cumplirán en el Cielo.
“Parecen palabras contradictorias, afirma el Papa, porque el llanto no es un signo de alegría y felicidad. Motivos de llanto y de sufrimiento son la muerte, la enfermedad, las adversidades morales, el pecado y los errores: simplemente la vida cotidiana, frágil, débil y marcada por las dificultades. Una vida a veces herida y probada por la ingratitud y la incomprensión”.
Francisco explica que Jesús proclama bienaventurados a los que lloran por estas situaciones y, a pesar de todo, confían en el Señor y se ponen a su sombra. Y precisa:
No son indiferentes ni tampoco endurecen sus corazones en el dolor, sino que esperan con paciencia en el consuelo de Dios. Y ese consuelo lo experimentan ya en esta vida.
“La mansedumbre es característica de Jesús” recuerda el Obispo de Roma, explicando a continuación las características de quien posee esta virtud:
Mansos son aquellos que tienen dominio de si, que dejan sitio al otro, que lo escuchan y lo respetan en su forma de vivir, en sus necesidades y en sus demandas. No pretenden someterlo ni menospreciarlo, no quieren sobresalir y dominarlo todo, ni imponer sus ideas e intereses en detrimento de los demás.
Son personas que la mentalidad mundana no aprecia, explica el Papa, pero que “son preciosas a los ojos de Dios, que les da en herencia la tierra prometida, es decir, la vida eterna”.
El Sucesor de Pedro describe finalmente el camino evangélico que han seguido Santos y Beatos y asegura que “elegir la pureza, la mansedumbre y la misericordia; elegir confiarse al Señor en la pobreza de espíritu y en la aflicción; esforzarse por la justicia y la paz, significa ir a contracorriente de la mentalidad de este mundo, de la cultura de la posesión, de la diversión sin sentido, de la arrogancia hacia los más débiles”.
“La solemnidad de hoy, que celebra a Todos los Santos, nos recuerda la vocación personal y universal a la santidad, y nos propone los modelos seguros de este camino, que cada uno recorre de manera única e irrepetible. Basta pensar en la inagotable variedad de dones e historias concretas que se dan entre los santos y las santas, que la Iglesia ha reconocido a lo largo de los siglos y que continuamente propone como testigos del único Evangelio.”
Finalmente, el Obispo de Roma dirige su pensamiento a la Virgen María, Reina de todos los Santos, pero sobre todo Madre “que enseña a cada uno a acoger y seguir a su Hijo” para que “nos ayude a alimentar el deseo de santidad recorriendo el camino de las Bienaventuranzas”.
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