En la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa Santa Marta, este miércoles de la IV Semana de Pascua, el Papa Francisco pidió por todos aquellos que trabajan en los medios de comunicación:
“Oremos hoy por los hombres y mujeres que trabajan en los medios de comunicación. En este tiempo de pandemia arriesgan mucho y el trabajo es mucho. Que el Señor los ayude en este trabajo de transmitir, siempre, la verdad”.
En su homilía, el Papa Francisco comentando el Evangelio del día (Jn 12, 44-50), recuerda que Jesús se presenta como la luz, la luz que ha venido al mundo y no ha venido a condenar, sino a salvarlo. De aquí deriva la misión de Jesús que es iluminar: Él es la luz del mundo. La misión de los apóstoles también es llevar esta luz, la luz de Jesús, porque el mundo está en la oscuridad. El drama de la luz de Jesús, señaló el Papa, es que fue rechazado: su pueblo no lo acogió, amaron más las tinieblas que la luz, son esclavos de las tinieblas. Y este también es nuestro drama, porque el pecado nos hace vivir en la oscuridad y no nos gusta ver la luz porque nos hace ver las cosas como son, nos hace ver la verdad. Precisamente la luz de Jesús nos hace ver la libertad, y la verdad.
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San Pablo tuvo esta experiencia del paso de la oscuridad a la luz. Con el bautismo Pablo recuperó la luz: “Tuvo esta experiencia del paso de las tinieblas, en la que estaba, a la luz. También es nuestro pasaje, que lo recibimos sacramentalmente en el bautismo: por eso el bautismo fue llamado, en los primeros siglos, ‘iluminación’, porque te daba luz” y por eso en el bautismo se da una vela encendida a los padres porque el niño, la niña, es iluminado: “Jesús trae la luz”.
Esta experiencia es la experiencia de la conversión, que no es otra cosa que pasar de la oscuridad a la luz. Pero, el Papa se pregunta: ¿Qué es lo que nos ciega? Lo que nos enceguece, afirmó el Pontífice, es el pecado, el pecado no tolera la luz. Los vicios, el espíritu mundano, el orgullo. Nos llevan a asociarnos con otros en el mal; hay mafias espirituales que permanecen en la oscuridad. No es fácil vivir en la luz porque nos hace ver cosas malas que no queremos ver: pecados. Jesús no vino a condenar sino a salvar: debemos dejarnos iluminar en nuestra oscuridad diaria. El Señor nos salva, pero nos pide que veamos nuestra oscuridad. El Señor es bueno, es gentil, no debemos temer la luz de Jesús.
Estas tres cosas – observó el Papa – te empujan a asociarte con otros “para permanecer a salvo en la oscuridad”. A menudo hablamos de las mafias: es esto. Pero hay mafias espirituales, hay mafias domésticas”: es una “búsqueda de alguien más para cubrirse y permanecer en la oscuridad”. No es fácil vivir en la luz. La luz nos hace ver tantas cosas feas dentro de nosotros que no queremos ver: vicios, pecados… Pensamos en nuestros vicios, pensamos en nuestro orgullo, pensamos en nuestro espíritu mundano: estas cosas nos ciegan, nos alejan de la luz de Jesús”.
Pero si pensamos en estas cosas – añadió el Papa – “no encontraremos un muro, no: encontraremos una salida”, porque el propio Jesús dice que Él es la luz: “No he venido al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo”. El mismo Jesús, la luz, dice: “Ten valor: déjate iluminar, déjate ver por lo que tienes dentro, porque soy yo quien te lleva adelante, quien te salva. No te condeno. Yo te salvo”. Es “el Señor que nos salva de la oscuridad que tenemos dentro, de la oscuridad de la vida cotidiana, de la vida social, de la vida política, de la vida nacional e internacional… tanta oscuridad” y “el Señor nos salva”. Pero nos pide que los veamos primero; que tengamos el coraje de ver nuestra oscuridad para que la luz del Señor entre y nos salve. No tememos al Señor – concluyó el Papa – es muy bueno, es amable, está cerca de nosotros. Ha venido a salvarnos. No tengamos miedo de la luz de Jesús”.
Finalmente, el Papa terminó la celebración con la adoración y la bendición Eucarística, invitando a todos a realizar la comunión espiritual con esta oración:
“Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Pero como ahora no puedo recibirte sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a Ti. No permitas, Señor, que jamás me separe de Ti. Amén”.
Antes de salir de la Capilla dedicada al Espíritu Santo, se entonó la antífona mariana que se canta en el tiempo pascual, el Regina Coeli.
Regína caeli laetáre, allelúia.
Quia quem merúisti portáre, allelúia.
Resurréxit, sicut dixit, allelúia.
Ora pro nobis Deum, allelúia.
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