Diez años después de morir Juan Pablo II, la Iglesia se prepara para vivir un Jubileo de la Misericordia, que será convocado este domingo coincidiendo con una fiesta que él mismo instituyó: la de la Divina Misericordia. Lo más llamativo es la actualidad, casi profética, del último mensaje que lanzó el Papa santo al hablar de la Misericordia de Dios. Fue en 2004, un año antes de su muerte, y tuvo palabras que se pueden aplicar calcadas a la violencia en Oriente Medio, el yihadismo y la nueva evangelización
Es de sobra conocido que el Papa san Juan Pablo II fue el gran impulsor de la devoción a la Divina Misericordia, que santa Faustina Kowalska reveló a la Iglesia en sus visiones místicas. Providencialmente, justo cuando se acaban de cumplir los diez años del paso de Karol Wojtyla «a la Casa del Padre», la Iglesia universal se prepara para vivir un Jubileo extraordinario de la Misericordia, que será convocado este domingo por su sucesor, el Papa Francisco, coincidiendo con esa fiesta litúrgica.
Sin embargo, más incluso que esta coincidencia, resulta llamativa la enorme actualidad, casi profética, del último mensaje que el Papa santo pudo dedicar a la fiesta de la Divina Misericordia. Fue en 2004, un año antes de morir, durante el rezo del Regina Caeli del 18 de abril, Domingo in albis. Faltaban diez años para la irrupción del Estado Islámico en la escena internacional, y cuatro años para que se desatase la crisis económica mundial que ha evidenciado la necesidad de un cambio profundo en el sistema político, social y financiero. Sin embargo, en medio de una euforia económica generalizada y de la previsión en Occidente de aplastar en Irak y Afganistán a los radicales islamistas, Juan Pablo II lanzó la voz de alarma con un grito profético: «¡Cuánta necesidad tiene la humanidad de experimentar la eficacia de la misericordia de Dios en estos tiempos, marcados por una incertidumbre creciente y por conflictos violentos!». Además, rogó a Dios por la paz en Oriente Medio, intercedió por los secuestrados por los yihadistas (de entonces), y llamó a toda la Iglesia a ser discípulos de la misericordia de Dios. Estas fueron sus palabras:
«Desde lo alto de la cruz, el Viernes Santo, Jesús nos dejó como testamento el perdón: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Atormentado y ultrajado, invocó misericordia para sus asesinos. Así, sus brazos abiertos y su corazón traspasado se han convertido en el sacramento universal de la ternura paterna de Dios, que ofrece a todos el perdón y la reconciliación.
El día de su resurrección, el Señor, apareciéndose a los discípulos, los saludó así: La paz con vosotros, y les mostró sus manos y su costado con los signos de la Pasión. Ocho días después, como leemos en la página evangélica de hoy, volvió a encontrarse con ellos en el Cenáculo y les dijo nuevamente: La paz con vosotros. La paz es el don por excelencia de Cristo crucificado y resucitado, fruto de la victoria de su amor sobre el pecado y la muerte. Entregándose a sí mismo, víctima inmaculada de expiación en el altar de la cruz, derramó sobre la humanidad la ola benéfica de la Misericordia divina.
Por tanto, Jesús es nuestra paz, porque es la manifestación perfecta de la Misericordia divina. Él infunde en el corazón humano, que es un abismo siempre expuesto a la tentación del mal, el amor misericordioso de Dios.
Hoy, domingo in Albis, celebramos el domingo de la Divina Misericordia. El Señor nos envía también a nosotros a llevar a todos su paz, fundada en el perdón y en la remisión de los pecados. Se trata de un don extraordinario, que quiso unir al sacramento de la penitencia y de la reconciliación. ¡Cuánta necesidad tiene la humanidad de experimentar la eficacia de la misericordia de Dios en estos tiempos, marcados por una incertidumbre creciente y por conflictos violentos! María, Madre de Cristo, nuestra paz, que en el Calvario recogió su testamento de amor, nos ayude a ser testigos y apóstoles de su misericordia infinita.
Sigo con gran tristeza las trágicas noticias que llegan de Tierra Santa e Irak. Quiera Dios que cese el derramamiento de sangre del hermano. Esos actos inhumanos son contrarios a la voluntad de Dios. Estoy particularmente cercano, con el pensamiento y la oración, a las familias de cuantos temen por la suerte de sus seres queridos, en especial por cuantos han sido tomados como rehenes. Invito a los secuestradores a sentimientos de humanidad. Les suplico que devuelvan a sus familias a las personas que están en sus manos, mientras ruego a Dios misericordioso por las poblaciones de Tierra Santa e Irak, y por todos los que en aquellas regiones trabajan en favor de la reconciliación y la paz. Dirijo ahora un saludo especial a los peregrinos que han venido de diversas naciones con ocasión del domingo de la Divina Misericordia. Queridos hermanos, os invito a ser testigos del amor misericordioso de Dios, siguiendo el ejemplo de santa Faustina Kowalska».
José Antonio Méndez https://www.alfayomega.es
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