Lectura del santo evangelio según san Juan (14,21-26):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; al que me ama será amado mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él».
Le dijo Judas, no el Iscariote:
«Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?»
Respondió Jesús y le dijo:
«El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho».
Palabra del Señor
LEYES: San Ignacio de Laconi – El Santo del día (11 de Mayo)
Juan Carlos Martos, cmf
En el evangelio de hoy, Jesús nos ofrece dos enseñanzas provechosas y prácticas para nuestra vida cristiana: Unas precisiones sobre el amor y una promesa.
Precisiones sobre el amor: Jesús declara que le ama verdaderamente solo quien conoce sus mandamientos y los cumple. El tipo de amor que promueve Jesús no se confunde con otros tipos de amores. Se centra en conocer y cumplir. Él no era pelagiano. Por eso, el amor no es mero activismo. No hay amor sin empatizar con Jesús y comprenderle, hasta descubrir que Él es la Verdad. Aunque a veces parezca misterioso, nunca es absurdo. Sin experiencia de encuentro, sin trato y contacto, sin escucha y acogida de su palabra… no hay amor. Pero Jesús no era tampoco gnóstico. No se rodeó de amigos movidos por mera admiración o por curiosidad; les exigió también el “hacer”. No basta estar informados. Hay que poner en práctica sus palabras y realizar lo que Él propone. A quien le conoce y le obedece, queda unido a él, en comunión, como el sarmiento “injertado” en la vid, pero no como el sarmiento simplemente “atado” a ella, yuxtapuesto.
Una promesa: Enviará al Espíritu Santo que “enseñará” y “recordará” todo lo que Él había dicho. Quien abre su corazón al Espíritu Santo no se convierte en Dios, sino en “templo de Dios”. Pero, atención, ser “templos” no es lo mismo que ser “sacristías” que no contienen la presencia viva del Señor, sino que solo almacenan objetos sacros. El Espíritu Santo mora en nuestro corazón en la medida en que su acción es visible en la vida. Su actividad es muy rica. Aparece descrita por los títulos que le dan las Escrituras. Hoy Jesús le llama “Defensor” porque nos defiende del mal -que además de mentiroso y dañino, siempre es más fuerte que nosotros- y también “Maestro interior” que nos hace inteligible lo que no podemos comprender y nos recuerda las palabras de Jesús que olvidamos tan frecuentemente o las cambiamos por otras.
Fuente www.ciudadredonda.org
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