Lectura del santo evangelio según san Mateo (16,13-19):
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás! porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.»
Palabra del Señor
El otro día estuve reunido con un grupo de gente normal. Con vidas normales. Con sus alegrías pero también con sus problemas. A veces los matrimonios y las familias no funcionan exactamente como se supone que deberían funcionar. A veces la vida viene pillada por las enfermedades y otros dolores. A veces… Pero más allá de todas estas cosas, había otro vínculo de unión entre aquellas personas: todos eran voluntarios de Cáritas. Todos dedicaban un tiempo cada semana, algunos mucho tiempo, para servir a los más pobres y necesitados, para acogerlos, para ayudarlos en sus necesidades, para escucharlos y atenderlos.
Me he acordado de esa reunión al leer la segunda lectura y el Evangelio. En la segunda lectura dice Pablo que “he combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe.” Y en el Evangelio Jesús les pide a sus discípulos que confiesen su fe en él como Mesías. Por extensión, todos nosotros nos sentimos interpelados por Jesús: ¿Quién decís que soy yo?
Quizá a algunos de los lectores les cueste ver la relación entre la reunión comentada en el primer párrafo y las lecturas del segundo. Pero a mí me parece obvia. Es que los cristianos, los seguidores de Jesús tenemos que hablar poco y hacer mucho. Combatir bien el combate, correr hacia la meta, mantener la fe, no es ir muchas veces a misa y ocupar allí los primeros puestos. Ni siquiera es hablar mucho de Jesús. Confesar la fe no es andar a gritos por las plazas diciendo que somos creyentes, católicos romanos y practicantes. Todo eso no vale nada si no está acompañado de un hacer continuo. Las personas que formaban el grupo con el que me reuní no hablan mucho pero se dedican a hacer. Ninguno de ellos, por lo que sé, ha dado una charla sobre Jesús en toda su vida. Pero semana a semana, en esas horas que dedican a atender a los más pobres, sin distinguir entre si son de los nuestros o no, si son de otro país o no, si son de nuestra religión o de otra o si no tienen ninguna, hacen reino y confiesan de una manera práctica su fe. Semana a semana, corren hacia la meta y viven su fe. Día a día responden con su forma de hacer, de comportarse, a la pregunta de Jesús. Y confiesan que Jesús es el hermano de todos, el que no quiere que nadie se quede excluido ni marginado, el que dio su vida para que todos tengamos un puesto en torno a la mesa del padre único de todos, Dios.
Hoy, fiesta de san Pedro y san Pablo vamos a tener muy presente en nuestra oración a toda esa parte de la iglesia que habla poco y hace mucho. Son los que nos salvan a todos. Gracias a ellos en la iglesia se conserva lo mejor del Evangelio, que no es el derecho canónico ni la liturgia, sino el amor fraterno al que Dios nos ha convocado en Jesús.
Fuente www.ciudadredonda.org
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