Lectura del santo evangelio según san Mateo (21,28-32):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
«¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue.
Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue.
¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?».
Contestaron:
«El primero».
Jesús les dijo:
«En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis».
Palabra del Señor
LEYES: 7 medios espirituales para vivir al máximo el Adviento
No decir, sino hacer
(Fuente www.ciudadredonda.org) La denuncia de la injusticia y la infidelidad de los jefes del pueblo que realiza Isaías con duras palabras se transfigura en el anuncio de una conversión al Dios de Israel de aquellos que, oficialmente y en teoría, están más alejados de él, los pueblos paganos que se inclinan ante los ídolos. La esperanza de Israel se universaliza y el mismo pueblo elegido es restaurado por la acción de Dios, curado de toda arrogancia y engreimiento, constituido como un resto pobre y humilde, cuyo corazón se ha vuelto totalmente a su Dios.
Descubrimos en Jesús una tensión semejante de denuncia y anuncio: el fuerte contraste entre la actitud de los representantes oficiales del pueblo y los considerados, también casi de manera oficial, pecadores (publicanos y prostitutas). No es que Jesús pondere a estos últimos y rechace sin más a los primeros, como a veces se quiere entender con frases del tipo “los que no van a Misa son mejores que los que van”, o “lo importante no es ir a la Iglesia, sino ser buena persona”. De hecho, Jesús no ensalza a los pecadores por serlo, ni a los que se tienen justos por su justicia, sino que descubre en los primeros una disposición a la conversión, precisamente de sus pecados (pensemos en Zaqueo de Lc 19, 1-10, o en la mujer pecadora de Lc 7, 37-38), mientras que ve en los segundos una contumacia en los propios, en el engreimiento y la orgullosa arrogancia denunciada por Isaías y que Dios se dispone a arrancar.
La almendra de esas distintas actitudes está en la disposición o no de aceptar a Jesús como el Mesías enviado por Dios. Pero Jesús lo expresa refiriéndose a la aceptación o el rechazo de un profeta de reconocida autoridad entre el verdadero resto de Israel, el pueblo llano, Juan el Bautista y su enérgica llamada a la conversión, acogida por los pecadores oficiales y rechazada por los justos oficiales. Con su inigualable pedagogía, Jesús lo plantea por medio de la parábola de los dos hijos: se puede obedecer sólo de boquilla, pero estar alejado en el corazón y en el modo de vida de la voluntad del padre, mientras que los que, por muy distintas circunstancias, parecen alejados de esa voluntad (pueblos paganos, mujeres que, quién sabe por qué motivos, han caído en la prostitución, y gentes consideradas impuras por mil distintas razones), pueden estar interiormente mucho mejor dispuestos a acoger la llamada de Dios en cuanto esta los alcance.
Para nosotros, creyentes de hoy, esta parábola es una fuerte llamada a examinar la calidad de nuestra vida. Por ser creyentes que confiesan su fe, estamos diciendo ya “oficialmente” que sí, que estamos dispuestos a trabajar en la viña del Señor. Pero bien puede ser que con nuestras actitudes concretas estemos desmintiendo esa disposición y nos estemos negando a ir a trabajar. Por ejemplo, si vivimos con engreimiento, creyéndonos superiores a los demás, despreciando de algún modo a los que se encuentran lejos de la fe. Tanto Isaías como Jesús nos recuerdan que también estos últimos están llamados a la salvación, a la fe en el Dios Padre de todos, y que necesitan, tal vez, sólo, el impulso de una llamada, de un testimonio de acogida y amor. Jesús nos llama a convertirnos en ese resto pobre y humilde, que puede ser precisamente la llamada profética a la conversión que muchos necesitan.
Saludos cordiales
José M. Vegas cmf
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