Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,30-34):
EN aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
Él les dijo:
«Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco».
Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer.
Se fueron en barca a solas a un lugar desierto.
Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas.
Palabra del Señor
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Queridos hermanos:
(Fuente www.ciudadredonda.org) ¡Hermosa conclusión la de la carta a los Hebreos!: Exhortación a entender la vida cristiana como un sacrificio de alabanza, a practicar la ayuda mutua, a ser agradecidos con quienes animan nuestra fe, a vivir en comunión con otras comunidades… y dejar a Dios que actúe en nosotros, que nos “trabaje” interiormente por medio de Jesucristo.
La lectura evangélica que hemos escuchado es un pasaje de transición, formado de pequeños “retales”. Hace un par de días veíamos como Jesús enviaba a los discípulos a predicar y curar. Ahora ya han regresado, y cuentan al maestro cómo han cumplido el encargo (“todo lo que han hecho y enseñado”). El Jesús de Marcos, siempre compasivo, los invita a tomarse un descanso, a reponerse; pero lo tienen difícil a causa de la multitud, “los que venían e iban”; es el mundo necesitado de la palabra de Jesús y de los suyos. Jesús quiere para sus predicadores una sana combinación entre vida activa y contemplativa, liberándose periódicamente del gentío, siempre hambriento de pan y de palabra. Para lograrlo tendrá que ir más lejos, al otro lado del lago de Genesaret.
Son pequeños retazos, recibidos de una tradición un tanto deshilvanada o creados por el autor para que resulte un cuadro coherente. Y efectivamente tiene más coherencia que la que se percibe a primera vista. El paso por el lago hacia un lugar desierto (en griego “éremos”, como en el Pentateuco) es un reflejo de la historia del Éxodo: tras el paso del Mar Rojo se llega al desierto del Sinaí. Allí el pueblo elegido, ¡que ya existía!, fue “recreado” mediante la Alianza y el don de la Ley, tuvo formidables experiencias del Dios majestuoso, en forma de truenos y rayos, y del Dios cercano que los guiaba día y noche y que realizó para ellos, por medio de Moisés, el prodigio del maná, de las codornices y del agua de Meribá. La palabra de Yahvé por medio de Moisés dio nueva forma al pueblo de Dios. Esto hará que, en el futuro, se contemple el Éxodo como la “edad dorada” de Israel: “De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo, aquel seguirme tú por el desierto” (Jeremías 2,2).
Marcos contempla, por tanto, las andanzas de Jesús con sus discípulos como la restauración del pueblo elegido, el retorno al amor primero, o la llegada de la edad dorada… Está surgiendo el nuevo pueblo de Dios, ahora no por medio de Moisés y Aarón, sino por medio del mismo hijo de Dios, de Dios encarnado, que ya no se manifiesta entre truenos y rayos sino solo en gestos de ternura. Se compadece de la fatiga de los discípulos, y los invita a descansar, a reponer fuerzas; y se compadece de las multitudes que se le adelantaron al desierto, porque las ve “como ovejas que no tienen pastor”. Según el libro de los Números, que se sitúa en la época del Éxodo, Moisés le pide a Yahvé que le conceda un sucesor (será Josué), “para que la comunidad de Yahvé no quede como rebaño sin pastor” (Nm 27,17).
Pasajes como el de hoy nos permiten captar de forma especial la unidad de toda la Biblia, la perfecta continuidad entre ambos Testamentos; y nos presenta a Jesús como el mediador insuperable, el que convierte en realidad las antiguas figuras. De sus andanzas con los seguidores surge la Iglesia, siempre guiada por Él, Él en medio de ella, derramando sobre ella toda su ternura y compasión. Seguirá la narración de los panes, culminación del maná y prefiguración de la Eucaristía que da vida a la Iglesia.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf
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