Acompañada de su hermana y de una amiga, Bernardita se dirige a la Gruta de Massabielle, al borde del Gave, para recoger leña, ramas secas y pequeños troncos. Mientras se está descalzando para cruzar el arroyo, oye un ruido como de una ráfaga de viento, levanta la cabeza hacia la Gruta:
«Vi a une señora vestida de blanco: llevaba un vestido blanco, un velo también de color blanco, un cinturón azul y una rosa amarilla en cada pie.» Hace la señal de la cruz y reza el rosario con la Señora. Terminada la oración, la Señora desaparece de repente.
Bernardita siente una fuerza interior que la empuja a volver a la Gruta a pesar de la prohibición de sus padres. Debido a su insistencia, su madre le da permiso para volver. Después de la primera decena del rosario, Bernardita ve aparecer a la misma Señora. Le echa agua bendita. La Señora sonríe e inclina la cabeza. Terminado el rosario, la Señora desaparece.
La Señora habla por primera vez. Bernardita le ofrece papel y una pluma y le pide que escriba su nombre. La Señora le dice: «No es necesario» y añade: «No le prometo hacerle feliz en este mundo, sino en el otro. ¿Quiere usted hacerme el favor de venir aquí durante quince días?».
Bernardita llega a la Gruta con una vela bendecida y encendida. De aquel gesto nacerá la costumbre de llevar velas para encenderlas ante la Gruta.
La Señora le ha enseñado una oración personal. Al terminar la visión, una gran tristeza invade a Bernardita.
Por la mañana temprano la Señora se presenta a Bernardita, a la que acompañan un centenar de personas. Después es interrogada por el comisario de policía Jacomet, que quiere que diga lo que ha visto. Bernardita no habla más que de «Aquero» (aquello).
Rodeada por unas ciento cincuenta personas, Bernardita se dirige hacia la Gruta. La Aparición le comunica un secreto, una confidencia «sólo para ella», pues sólo a ella concierne.
Mensaje de la Señora: «¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia! – ¡Rece a Dios por los pecadores! – ¡Bese la tierra en penitencia por los pecadores!
Trescientas personas están allí presentes. Bernardita cuenta: «Me dijo que fuera a beber a la fuente (…). No encontré más que un poco de agua fangosa. Al cuarto intento, conseguí beber; me mandó también que comiera hierba que había cerca de la fuente, luego la visión desapareció y me marché.» Ante la muchedumbre que le comenta: «¿Sabes que la gente cree que estás loca por hacer tales cosas?», Bernardita sólo contesta. «Es por los pecadores.»
Hay allí ese día ochocientas personas. La Aparición permanece silenciosa. Bernardita bebe agua del manantial y hace los gestos habituales de penitencia.
Más de mil personas asisten al éxtasis. Bernardita reza, besa la tierra y se arrastra de rodillas en señal de penitencia. A continuación se la llevan a casa del juez Ribes que la amenaza con meterla en la cárcel.
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Se han congregado más de mil quinientas personas y entre ellas, por primera vez, un sacerdote. Durante la noche, Catalina Latapie, una amiga de Lourdes, acude a la Gruta, moja su brazo dislocado en el agua del manantial y el brazo y la mano recuperan su agilidad.
La muchedumbre aumenta cada vez más. La Señora le encarga: «Vaya a decir a los sacerdotes que se construya aquí una capilla y que se venga en procesión.» Bernardita se lo hace saber al cura Peyra-male, párroco de Lourdes. Éste tan sólo quiere saber una cosa: el nombre de la Señora. Exige, además, como prueba, ver florecer en invierno el rosal silvestre de la Gruta.
A las siete de la mañana, cuando ya hay allí tres mil personas, Bernardita se encamina hacia la Gruta; pero ¡la Visión no aparece! Al salir del colegio, siente la llamada interior de la Señora; acude a la Gruta y vuelve a preguntarle su nombre. La respuesta es una sonrisa. El párroco Peyramale vuelve a decirle: «Si de verdad la Señora quiere una capilla, que diga su nombre y haga florecer el rosal de la Gruta.»
El gentío cada vez más numeroso (alrededor de ocho mil personas) está esperando un milagro al finalizar estos quince días. La visión permanece silenciosa. El cura Peyramale se mantiene en su postura. Durante los veinte días siguientes, Bernardita no acudirá a la Gruta; no siente dentro de sí la irresistible invitación.
Por fin la visión revela su nombre; pero el rosal silvestre sobre el cual posa los pies durante las apariciones no florece. Bernardita cuenta: «Levantó los ojos hacia el cielo, juntando en signo de oración las manos que tenía abiertas y tendidas hacia el suelo, y me dijo : Que soy era Immaculada Councepciou.» La joven vidente salió corriendo, repitiendo sin cesar, por el camino, aquellas palabras que no entiende. Palabras que conmueven al buen párroco, ya que Bernardita ignoraba esa expresión teológica que sirve para nombrar a la Santísima Virgen. Solo cuatro años antes, en 1854, el papa Pío IX había declarado aquella expresión como verdad de fe, un dogma.
Durante esta Aparición, Bernardita sostiene en la mano su vela encendida, y en un cierto momento la llama lame su mano sin quemarla. Este hecho es inmediatamente constatado por el médico, el doctor Douzous.
Bernardita siente interiormente el misterioso llamamiento de la Virgen y se dirige a la Gruta; pero el acceso a ella estaba prohibido y la gruta, vallada. Se dirige, pues, al otro lado del Gave, enfrente de la Gruta. «Me parecía que estaba delante de la Gruta, a la misma distancia que las otras veces, no veía más que a la Virgen. Jamás la había visto tan bella.»
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