El día de Pentecostés, Francisco bendijo una ambulancia puesta a disposición por la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano para ayudar a los necesitados. La Limosnería Apostólica la utilizará para sus actividades caritativas.
Alessandro De Carolis – Ciudad del Vaticano
Puedes morir en la calle porque eres un “ciruja” y por lo tanto no tienes el grado de higiene personal para merecer socorro. No es el inicio de una ficción, sino el drama real experimentado por Modesta Valenti, una anciana sin hogar que, el 31 de enero de 1983, padeció una enfermedad tras una noche fría cerca de la estación de Termini, en Roma, cuando la ambulancia que llamó para que la ayudase se negó a hacerlo porque, según los paramédicos, Modesta tenía piojos. Y, por si fuera poco, varios hospitales también se negaron a tratarla, adjudicandose la responsabilidad unos a otros, y, de hecho, condenando a Modesta, que murió en el suelo después de 4 horas de agonía.
La sala de emergencias “invisible”
El limosnero apostólico, el cardenal Konrad Krajewski, recuerda el episodio de Modesta -a quien Roma ha dedicado una calle- para anunciar el inicio del servicio de la “Ambulancia para los pobres de Roma”, bendecida ayer por el Papa antes de celebrar la misa de Pentecostés y confiada a la Limosnería “en favor de los más pobres, en particular – se lee en un comunicado – de las personas sin hogar que viven la dureza de la calle y buscan refugio alrededor del Vaticano o en refugios improvisados en la ciudad”, especialmente para “los que permanecen invisibles para las instituciones”.