Si el Niño Jesús, Nuestra Señora y san José sufrieron hostilidades como cerrarles la puerta en la cara hasta la sanguinaria persecución perpetrada por Herodes, la situación de los cristianos hoy en día en varias partes de nuestro mundo no es muy favorable ni siquiera en épocas natalicias.
Además de la opresiva comercialización y laicización forzada de la Navidad en el mundo llamado “libre” y “rico”, hay países en donde celebrar el nacimiento de Jesús está oficialmente prohibido – y puede llevar a penas que incluyen la muerte.
En esos países, existen principalmente dos causas para esa hostilidad: la ideología comunista, en algunos, y el fundamentalismo islámico en la mayoría de los otros.
Entre los casos más llamativos, están los siguientes países:
Cinco años de prisión: esta es la pena que este pequeño país musulmán de la Isla de Borneo puede aplicar a quien cometiera el “crimen” de… celebrar la Navidad.
El sultán de la monarquía absolutista de Brunéi, Hassanal Bolkiah (foto), estableció esta pena para quien fuera descubierto adhiriendo de algún modo a las festividades natalicias, aunque sea sólo mediante el envío de felicitaciones de Navidad a parientes y amigos. Los no musulmanes pueden celebrar la Navidad en el país, desde que sea sólo dentro de las propias comunidades y con el debido permiso de las autoridades.
El Ministro de Asuntos Religiosos declaró que las medida “anti-natalicias” pretenden evitar “celebraciones excesivas y abiertas, que pudieran perjudicar la aqidah (fe) de la comunidad musulmana”. De los 420.000 habitantes del país, que es rico en petróleo, 65% son musulmanes.
En diciembre de 2015, un grupo de imanes (clérigos del islamismo) divulgó un mensaje a los fieles islámicos de Brunéi advirtiendo contra las celebraciones “no relacionadas con la isla”. Para ellos, “los musulmanes que siguen los actos de aquella religión (el cristianismo) o usan sus símbolos religiosos, como la cruz, velas encendidas, árbol de Navidad, cantos religiosos, augurios navideños, decoraciones y sonidos que equivalgan a respetar esa religión, van contra la fe islámica (…). Algunos pueden pensar que la cuestión es frívola, pero, como musulmanes, debemos evitar las celebraciones de otras religiones para no influenciar nuestra fe islámica”.
A pesar de las medidas intolerantes, no faltaron residentes de Brunéi que rechazaron la prohibición tan pronto fue impuesta: éstos divulgaron fotos navideñas en sus redes usando el hashtag #MyTreedom (un juego de palabras con “tree”, árbol, e “freedom”, libertad, em inglés).
Poco después de la prohibición de la Navidad anunciada por el sultán de Brunéi, Somalia decidió seguir el “ejemplo” y decretar que tanto Navidad como las celebraciones de año nuevo “amenazan la fe musulmana”. En ambas fechas, por lo tanto, están prohibidas las celebraciones en el país, uno de los más doloridos y devastados del planeta por décadas de caos institucional, guerra civil, terrorismo, hambre a niveles de miseria que sobrepasan lo imaginable.
El jeque Mohamed Khayrow, del Ministerio de Asuntos Religiosos, declaró en diciembre de 2015 que “todos los eventos relacionados [con esas celebraciones] son contrarios a la cultura islámica”. A su vez, el jeque Nur Barud Gurhan, del Consejo Supremo Religioso de Somalia, alertó contra el riesgo de ataques terroristas por parte del grupo fanático Al-Shabab contra quien celebrase la Navidad en el país. De hecho, en 2014, esa organización terrorista que ocupa gran parte del territorio de Somalia atacó la sede de la Unión Africana en Mogadiscio, capital del devastado país, en pleno día de Navidad.
Somalia sigue el calendario islámico, de base lunar, en el que el año no empieza el 1º de enero. Debido a la persecución, prácticamente no quedan cristianos en el país – por lo demás, apenas queda un país para los habitantes.
En 2013, este país de Asia Central prohibió que los canales de televisión transmitieran una película navideña rusa. En 2015, se prohibieron los árboles de Navidad y las entregas de regalos en las escuelas.
El Ministerio de Educación, que adopta los principios islámicos como directrices, decretó la prohibición de fuegos artificiales, comidas festivas, intercambio de regalos y recaudación de dinero para las celebraciones de año nuevo.
El país está regido por una de las más estrictas y severas interpretaciones de la doctrina islámica, la corriente wahhabita. No es de sorprender, en este sentido, que la Navidad sea vetada en ese país, históricamente tan cerrado a los no musulmanes.
Es verdad que los últimos años han traído señales de apertura por parte de algunos exponentes de la monarquía saudita, pero ese mismo proceso choca con amplias y arraigadas resistencias de sectores fundamentalistas.
En relación a la Navidad, un ejemplo de ese conflicto entre intentos de apertura y relaciones de intolerancia viene del 2015, cuando hospitales del gobierno autorizaron a sus empleados no islámicos a celebrar Navidad en equipo, pero los clérigos sauditas rechazaron enfáticamente que ningún musulmán pudiera saludar a los no musulmanes en ocasiones religiosas. El jeque Mohammed Al-Oraifi declaró: “Si ellos celebran el nacimiento del hijo de Dios y usted los felicita, entonces usted está apoyando su fe” – que, en la interpretación de los wahhabitas, es herética porque el concepto de Trinidad (Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo) equivaldría, a su parecer, a una especie de “politeísmo”, vehementemente rechazado por el monoteísmo islámico.
Como la influencia del fundamentalismo islámico es muy fuerte en la vida cotidiana de los sauditas, este tipo de presión ejercida por exponentes religiosos empeora la situación ya precaria de los pocos cristianos, casi todos extranjeros, que viven en el país.
Desde la implantación forzada del comunismo en ese país en la década de 1950, todo tipo de actividades cristianas de culto están implacablemente prohibidas. Grupos de defensa de los derechos humanos calculan entre 50 mil y 70 mil el número de cristianos confinados en prisión o en campos de concentración en Corea del Norte simplemente por practicar su fe.
En 2016, el dictador Kim Jong-Un (foto) dio un paso en la persecución religiosa: no sólo reiteró la prohibición de celebrar Navidad sino que además ordenó que, la noche del 24 de diciembre, el pueblo conmemore el nacimiento de su abuela, Kim Jong-Suk, una guerrillera comunista que combatió a los japoneses y se volvió la esposa del primer dictador del país, Kim Il Sung. Ella nació en la víspera de Navidad de 1919 y murió en 1949, pasando a ser considerada (y venerada, un poco a la fuerza) como la “Sagrada Madre de la Revolución”.
En grandes ciudades chinas, muchas tiendas y calles comerciales se visten de colores navideños en diciembre. Proliferan las imágenes de Papá Noel, árboles de Navidad y canciones típicas. Muchos chinos, no cristianos, ven esas celebraciones como sólo una “temporada temática” para el comercio; otros, todavía, ven en ellas el “reclamo cultural de la modernidad”, asociada a Occidente y, por lo tanto, “enemiga de los valores patrióticos” impuestos a China por la brutal revolución comunista del siglo XX.
Entre las entidades intelectuales más cercanas al poder central chino, la fascinación de gran parte de la población por la Navidad es observado con cautela, cuando no con hostilidad. En 2014, la Academia China de Ciencias Sociales llegó a publicar un libro para detallar los “más serios desafíos” que están surgiendo en el país y citó explícitamente cuatro:
Poco después, un grupo de diez estudiantes chinos de doctorado publicó un artículo en que analizan el fenómeno denunciado como “frenesí de Navidad” y apelan al pueblo chino para rechazarlo. Según estos estudiantes, la “fiebre de la Navidad” en China demuestra la “pérdida de la primacía del alma cultural china” y el colapso de la “subjetividad cultural china”. Ellos invitan a sus compatriotas a tener cuidado con lo que consideran “un nuevo avance de la ‘cristianización’” en su país.
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