Conmovido con el prodigio del derramamiento de tus lágrimas, ¡oh misericordiosísima Virgen de Siracusa! vengo hoy a postrarme a tus pies, y animado con una sencilla confianza por tantas gracias como has ido concediendo, vengo a ti, ¡oh Madre de clemencia y de piedad!, para abrirte mi corazón, para arrojar en tu dulce corazón de Madre todas mis penas, para unir mis lágrimas a las tuyas: las lágrimas del dolor por mis pecados y las lágrimas de los dolores que me afligen.
Míralas, ¡oh Madre querida!, con rostro benigno y con ojos de misericordia, y por el amor que tienes a Jesús dígnate consolarme y escucharme.
Por tus santas e inocentes lágrimas dígnate implorar a tu divino Hijo el perdón de mis pecados, una fe viva y ardiente, y la gracia que ahora tanto necesito:
(hacer la petición)
¡Oh Madre mía, y esperanza mía!, en tu Corazón inmaculado y dolorido pongo toda mi confianza.
Corazón Inmaculado y dolorido de María, ten compasión de mí.
Así sea.
Rezar “Bendita sea tu Pureza”, la Salve y tres Avemarías.