Quédate, Señor, conmigo, porque es necesaria tu presencia para no olvidarte. Sabes cuán fácilmente Te abandono.
Quédate, Señor, conmigo, pues soy débil y necesito tu fuerza para no caer muchas veces.
Quédate, Señor, conmigo, porque eres mi luz y sin ti estoy en tinieblas.
Quédate, Señor, conmigo, porque eres mi vida y sin ti pierdo el fervor.
Quédate, Señor, conmigo, para darme a conocer tu voluntad.
Quédate, Señor, conmigo, para que oiga tu voz y te siga.
Quédate, Señor, conmigo, pues deseo amarte mucho y estar siempre en tu compañía.
Quédate, Señor, conmigo, si quieres que te sea fiel.
Quédate, Señor, conmigo, porque por más pobre que sea mi alma, desea ser para ti un lugar de consuelo y un nido de amor.
Quédate, Jesús, conmigo, pues es tarde y el día se acaba… La vida pasa; la muerte, el juicio, la eternidad se acercan y es necesario recuperar mis fuerzas para no demorarme en el camino, y para ello te necesito. Ya es tarde y la muerte se acerca. Temo la oscuridad, las tentaciones, la aridez, la cruz, los sufrimientos – y te necesito mucho, Jesús mío, en esta noche de exilio.
Quédate, Jesús, conmigo, porque en esta noche de la vida, de peligros, necesito de ti. Haz que, como tus discípulos, te reconozca en la fracción del pan; que la comunión eucarística sea la luz que disipe las tinieblas, la fuerza que me sustenta y la única alegría de mi corazón.
Quédate, Señor, conmigo, porque en la hora de la muerte quiero estar unido a ti; si no por la comunión, al menos por la gracia y por el amor.
Quédate, Jesús, conmigo; no pido consuelos divinos porque no los merezco, sino el don de tu presencia, ¡ah, sí, te lo pido!
Quédate, Señor, conmigo; sólo a ti te busco; tu amor, tu gracia, tu voluntad, tu corazón, tu espíritu, porque te amo y no pido otra recompensa sino amarte más. Con un amor firme, práctico, amarte de todo corazón en la tierra para seguirte amando perfectamente por toda la eternidad.