El Santo Padre este domingo antes de rezar a la Madre de Dios dijo que, no colabora bien con Dios quien se fija solo en los límites y los defectos de los demás, sino quien sabe reconocer el bien que crece silenciosamente en el campo de la Iglesia y de la historia.
Renato Martinez – Ciudad del Vaticano
“La Virgen María nos ayude a comprender e imitar la paciencia de Dios, que no quiere que ninguno de sus hijos se pierda, que Él ama con amor de Padre”, lo dijo el Papa Francisco en su alocución antes de rezar la oración mariana del Ángelus de este 19 de julio, XVI Domingo del Tiempo Ordinario.
El Santo Padre, comentando el Evangelio (cfr. Mt 13, 24-43) que la liturgia propone este Domingo, dijo que San Mateo nos presenta a Jesús hablando a la multitud en parábolas – la de la cizaña y la del grano de mostaza – sobre el Reino de los cielos. Refiriéndose a la primera parábola, la de la cizaña, Jesús nos hace conocer la paciencia de Dios, abriendo nuestro corazón a la esperanza. “Jesús cuenta que, en el campo en el que se ha sembrado la semilla buena – afirma el Pontífice – brota también la cizaña, un término que resume todas las malas hierbas, que infestan el terreno”. Los siervos, observa el Papa, quieren ir enseguida a arrancar la mala hierba. Sin embargo el amo dice que no, porque se corre el riesgo de arrancar el trigo junto a las malas hierbas.
En este sentido, el Santo Padre dijo que esta parábola nos presenta una visión de la historia, en la cual junto a Dios – el amo del campo – que esparce siempre y solo semilla buena, hay un adversario, que esparce la cizaña para obstaculizar el crecimiento del trigo. “El amo – subraya el Pontífice – actúa abiertamente, a la luz del sol, y su propósito es una buena cosecha; el otro, sin embargo, aprovecha la oscuridad de la noche y obra por envidia, por hostilidad, para arruinar todo”. El adversario, afirma el Papa, tiene un nombre: es el diablo, el opositor de Dios por antonomasia. Su intención es obstaculizar la obra de salvación, para que el Reino de Dios sea obstaculizado por trabajadores injustos, sembradores de escándalos. “Muchas veces, hemos oído que una familia que estaba en paz, luego comenzó las guerras, la envidia… un barrio que estaba en paz, luego comenzaron las cosas malas… Y estamos acostumbrados a decir: Eh, alguien vino allí para sembrar la lucha… Siempre está sembrando el mal que destruye. Y esto siempre lo hace el diablo o tenemos la tentación: cuando caemos en la tentación de criticar para destruir a otros”.
Es por ello, afirma el Papa Francisco, la intención de los siervos es la de eliminar enseguida el mal, es decir a las personas malvadas, pero el amo es más sabio, ve más lejos: estos deben saber esperar, porque soportar las persecuciones y las hostilidades forma parte de la vocación cristiana. “El mal, por supuesto, debe ser rechazado, pero los malvados son personas con las que hay que tener paciencia. No se trata de esa tolerancia hipócrita que esconde ambigüedad, sino de la justicia mitigada por la misericordia”. Si Jesús ha venido a buscar a los pecadores más que a los justos, a curar a los enfermos antes que a los sanos, también nuestra acción como sus discípulos debe estar dirigida no para suprimir a los malvados, sino para salvarlos.
No colabora bien con Dios quien se pone a la caza de los límites y de los defectos de los otros, sino más bien quien sabe reconocer el bien que crece silenciosamente en el campo de la Iglesia y de la historia, cultivándolo hasta la maduración
Finalmente, el Santo Padre dijo que el Evangelio nos presenta dos modos de vivir la historia; por un lado, la mirada del amo; por otro, la mirada de los siervos. “Los criados se preocupan por un campo sin malezas, el amo por el buen trigo. El Señor nos invita a asumir su misma mirada, la que mira al buen grano, que sabe custodiarlo también en las malas hierbas”. No colabora bien con Dios quien se pone a la caza de los límites y de los defectos de los otros, sino más bien quien sabe reconocer el bien que crece silenciosamente en el campo de la Iglesia y de la historia, cultivándolo hasta la maduración. Y entonces será Dios, y solo Él, quien premie a los buenos y castigue a los malvados.
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