En la memoria litúrgica de Santa Teresa del Niño Jesús, patrona de los Misiones, el Papa Francisco celebró las Vísperas inaugurando así el Mes Misionero Extraordinario con el tema “Bautizados y enviados: la Iglesia de Cristo en misión en el mundo”.
.Griselda Mutual – Ciudad del Vaticano
El Papa Francisco celebró las Vísperas en la tarde del 1 de octubre inaugurando así el Mes Misionero Extraordinario, convocado por él mismo en agosto de 2017, con la intención de “alimentar el ardor de la actividad evangelizadora de la Iglesia ad gentes”. La celebración se llevó a cabo en la Basílica Vaticana y estuvo precedida por la vigilia misionera y los testimonios de misioneros en Asia, África y Oceanía.
El Papa reflexionó sobre la parábola de los talentos (cf. Mt 25, 14-30), oída en el curso de la celebración, en la que el Señor se presenta como un hombre que, antes de partir, llama a sus siervos a entregarles sus bienes.
El Santo Padre señaló que Dios no nos preguntará si hemos custodiado celosamente los “bienes” que nos ha dado, es decir, la vida y la fe. El Señor nos preguntará “si nos hemos puesto en juego”. Por ese motivo explicó que “los dones que el Padre nos dio”, no son para “custodiar en la caja fuerte”, sino para “hacerlos fructificar con audacia y creatividad”.
Este Mes misionero extraordinario quiere ser una sacudida para provocarnos a ser activos en el bien. No escribanos de la fe y guardianes de la gracia, sino misioneros.
El modo indicado por el Pontífice para “convertirnos en misioneros” es el de vivir como testigos, es decir, “testimoniando con la vida que conocemos a Jesús”.
Nosotros que hemos descubierto que somos hijos del Padre celestial ¿cómo podemos callar la alegría de ser amados, la certeza de ser siempre preciosos a los ojos de Dios? Es el anuncio que tanta gente está esperando. Y es nuestra responsabilidad. Preguntémonos este mes: ¿cómo va mi testimonio?
El Señor llama “bueno y fiel” al siervo de la parábola que había sido emprendedor; “malo y perezoso” al siervo que había estado a la defensiva. Exponiendo a los fieles la pregunta del por qué Dios es tan severo con aquel siervo que tenía miedo, el Papa explicó que el mal que hizo este siervo fue el “no haber hecho el bien”, significa que este “pecó por omisión”.
La omisión, dijo entonces, “puede ser el pecado de toda una vida” porque “hemos no hemos recibido la vida para enterrarla, sino para ponerla en juego”:
Quien está con Jesús sabe que uno tiene lo que da, posee lo que dona; y el secreto para poseer la vida es donarla. Vivir de omisiones es negar nuestra vocación: la omisión es contraria a la misión.
El Sumo Pontífice subrayó que se peca “por omisión” o bien “en contra de la misión”, cuando “en lugar de difundir alegría, nos encerramos en una triste victimización”. Cuando “se cede a la resignación” o cuando “lamentándonos, seguimos diciendo que todo va mal, tanto en el mundo como en la Iglesia”. Y también “cuando somos esclavos de los miedos que nos inmovilizan y nos dejamos paralizar por el ‘siempre se ha hecho así’”.
Pecamos contra la misión cuando vivimos la vida como una carga y no como un don; cuando en el centro estamos nosotros con nuestras fatigas, no los hermanos y hermanas que esperan ser amados.
Francisco aseguró que Dios “ama una Iglesia en salida” y precisó que la Iglesia en salida “sabe” que su fuerza es “la fuerza misma de Jesús”. La fuerza de la Iglesia no es “la relevancia social o institucional, – dijo – sino el amor humilde y gratuito”.
Una Iglesia que está en salida, misionera, es una Iglesia que no pierde el tiempo llorando por las cosas que no están bien, por los fieles que ya no tiene, por los valores de un tiempo que ya no está.
Finalizando la homilía el Romano Pontífice indicó el testimonio de tres siervos de Dios, una religiosa, un sacerdote y una laica, que nos acompañarán en nuestro camino misionero: el de Santa Teresita del Niño Jesús, el de San Francisco Javier, y el de la Venerable Pauline Jaricot: “Ellos nos dicen que nadie está excluido de la misión de la Iglesia”.
En este mes el Señor llama también a ti. Te llama a ti, padre y madre de familia; a ti, joven que sueñas con grandes cosas; a ti, que trabajas en una fábrica, en una tienda, en un banco, en un restaurante; a ti, que estás sin trabajo; a ti, que estás en una cama de hospital… El Señor te pide que te hagas un regalo allí donde estás, como estás, con los que te rodean; que no sufras la vida, sino que la dones; que no llores por ti mismo, sino que te dejes cavar por las lágrimas de los que sufren.
“¡Coraje!”, concluyó el Santo Padre: “el Señor espera mucho de ti. También espera que alguien tenga la valentía de partir, de ir allí donde más faltan la esperanza y la dignidad, ad gentes, allí donde demasiada gente todavía vive sin la alegría del Evangelio. Ve, el Señor no te dejará solo; dando testimonio descubrirás que el Espíritu Santo ha llegado antes que tú para preparar el camino para ti”.
“ Valor, hermanos y hermanas; valor, Madre Iglesia: ¡reencuentra tu fecundidad en la alegría de la misión! ”
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