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Una comunidad al servicio de Thomas, de Lawrence y de quien es frágil

Una comunidad al servicio de Thomas

Desde hace más de veinte años trabaja en Kenia la organización de apostolado social Saint Martin junto a los niños de la calle, personas con discapacidades y toxicómanos. Fundada en 1999, a finales del año pasado la dirección pasó de don Mariano Dal Ponte a una voluntaria keniana, la abogada Irene Whamiti

Giada Aquilino – Ciudad del Vaticano

Nyahururu está a sólo tres kilómetros del ecuador y a doscientos de Nairobi, la capital de Kenia. Es un centro de cien mil habitantes, incluyendo el interior y la zona rural, en el corazón del Gran Valle del Rift, la fosa tectónica más grande del mundo que se extiende unos seis mil kilómetros desde Siria hasta Mozambique. Aquí funciona oficialmente desde 1999 – después de un par de años de actividades organizativas – la organización de apostolado social Saint Martin, fundada por don Gabriele Pipinato, sacerdote italiano, en aquella época fidei donum misionero en Kenia, y llevada adelante en colaboración con la Fundación Fontana Onlus y la diócesis de Padua, activa en este país africano desde 1965. Asiste a personas con diferentes tipos de fragilidades, acoge a niños de la calle, a personas con discapacidades y a drogadictos. Con la participación directa de la población local, hoy es una realidad que cuenta con unos setecientos voluntarios y sesenta y cinco empleados, bajo el lema de: “Only throught community – Sólo a través de la comunidad”. Y el pasado 11 de noviembre, en la fiesta de San Martín, celebró sus veinte años de vida.

La historia de un sacerdote italiano en Kenia

A lo largo del tiempo tomó las riendas de Saint Martin don Mariano Dal Ponte, también él sacerdote de la diócesis de Padua, fidei donum en Kenia durante diecisiete años y director de esta organización del 2012 al 2019. Regresó a Italia recientemente, y habló con Vatican News de esta realidad de la que, dice, seguir “enamorado”. Y asegura que “fue el regalo más hermoso que pude tener en mi vida, el hecho de gastar estos años como sacerdote en Kenia”, según la “llamada del Evangelio a vivir la solidaridad y la fraternidad”. Y explica inmediatamente que Saint Martin es una realidad “de participación de la comunidad local”, en la que los voluntarios “se comprometen fundamentalmente a atender a los más débiles, a los más pobres, no sólo para ayudarlos, sino para dejarse transformar” por ellos.

El nacimiento de Saint Martin

Y precisamente fue a partir de un encuentro que comenzó la historia de Saint Martin a finales de la década de los años noventa, dice don Mariano, refiriéndose al “de don Gabriele Pipinato con Thomas, un niño discapacitado” que hasta entonces vivía literalmente “encerrado en una habitación”: las personas como él – continúa – “se escondían e incluso se consideraban malditas, precisamente porque eran discapacitadas”. Yendo a bendecir a una familia, se le había pedido que bendijera todas las habitaciones, los animales, la granja, los campos circundantes, pero no a ese chico, al que se lo había dejado solo en una habitación. Y por casualidad, don Gabriele abrió la puerta y vio a Thomas: allí maduró la idea de hacer algo “concreto” para él y no sólo. Hoy en día la organización “trabaja en tres condados del país africano, Baringo, Laikipia y Nyandarua, y se ocupa de proyectos sociales, que han ido creciendo con el tiempo”. Todo comenzó con el proyecto para los discapacitados – recientemente confiado a la comunidad del Arca, que inició Jean Vanier – y luego avanzó con el proyecto para los niños de la calle, con los de las adicciones, para la paz y la reconciliación y posteriormente también sobre el VIH (el virus de la inmunodeficiencia humana); mientras el más reciente es el de las discapacidades mentales”.

Los proyectos

“Nuestro apostolado es de tipo social”, dice don Mariano, donde ese “nuestro” es un signo de pertenencia que va más allá de cualquier distancia. “En el caso de los chicos de la calle, los acogemos en tres centros y hacemos un proceso de rehabilitación con ellos: luego tratamos de involucrar a la familia de origen – tratando de entender si puede acogerlos de nuevo o si la situación no es la mejor – y, eventualmente, buscamos padres de “acogimiento familiar” (no de adopción plena), y a continuación los vamos siguiendo durante algunos años después de su inserción. Se trata de un proyecto que ya no se limita a los chicos de la calle, sino que concierne a todos los menores con dificultades: a través del Tribunal de Menores de Nyahururu, se señalan a Saint Martin también casos de niñas víctimas de la violencia. Y, por lo tanto, tenemos un centro femenino que acoge a todas estas pequeñas”. En lo que respecta a las personas con discapacidades mentales, consideradas aún “pobres entre las pobres”, todavía hoy marginadas y sin atención, Saint Martin lleva a cabo un “itinerario de formación de la comunidad sobre lo que es la enfermedad mental y cómo abordarla, y cómo acompañar a las personas que la padecen”, prestando atención a “la relación con su familia, y a la dignidad de la vida”.

Una comunidad al servicio de Thomas

El regreso de Lawrence

Son muchos los rostros que se multiplican a lo largo de los veinte años de Saint Martin, y muchas son las historias que componen las páginas de la vida cotidiana. Don Mariano recuerda el de un chico de la calle, al que llama idealmente Lawrence, para no violar su intimidad: lo conoció al principio de su experiencia como director de la organización y notó que tenía una discapacidad física en una pierna que le obligaba a usar una muleta. “De hecho,  no tenía familia, fue acogido en nuestros centros de rehabilitación, se lo ayudó a estudiar y, con la participación de sus vecinos, siguió adelante y se convirtió en maestro. El año pasado, una persona que ninguno de nosotros reconoció vino a la oración de la mañana a principios de la semana. Como siempre, todos los invitados lo saludaron y él también lo hizo, diciendo: ‘Tal vez no se acuerden de mí, soy Lawrence, vine a darles las gracias porque creyeron en mí cuando nadie lo hacía y me convertí en un profesor de secundaria. Ahora voy a casarme. Vine a traerles la invitación a mi boda. No quiero regalos, pero soy yo quien se compromete a apoyar a Saint Martin, para que otro chico de la calle al que acojan pueda estudiar y tener la misma oportunidad que se me ofreció a mí’”. Es sólo un ejemplo, subraya el sacerdote, de un bien que “no sólo transforma la vida” de los que son ayudados, sino que, al mismo tiempo, crea una “actitud” en la persona misma y en los demás.

Sólo a través de la comunidad

Se trata de una labor diaria que coloca en el centra a las personas beneficiarias del proyecto, con el fin de promover su inclusión en el contexto social y, de ser posible, en el lugar de trabajo. Pero el compromiso no termina aquí. El  lema “Only throught community – Sólo a través de la comunidad” impulsa a los operadores a “involucrar a la realidad local, las escuelas, las instituciones y también a la comunidad cristiana en torno a las vulnerabilidades que se atienden” de forma directa y gratuita como voluntarios, maestros, médicos y abogados, “para que estas personas no se queden al margen sino que tengan un lugar en la sociedad”. Inclusión para Saint Martin quiere decir estar al lado de los necesitados, pero también de “las personas que se ven involucradas en esta situación de necesidad se transforman y encuentran la curación que un poco todos necesitamos, la curación del corazón”. Significa asumir toda fragilidad involucrando “a las familias, a las comunidades vecinas, a la Iglesia a la que pertenece, tanto es así que Saint Martin es una organización ecuménica: involucramos a la Iglesia a la que pertenece aquel beneficiario para que se comprometa a acogerlo y a realizar el camino necesario hacia la inclusión”.

Dentro de las situaciones de necesidad

Todas las mañanas los trabajadores sociales de la organización dejan la sede de Nyahururu y se desplazan “en un radio de unos 80 km”. “Van al encuentro de los voluntarios o beneficiarios, según las zonas, y luego piensan en involucrar a la comunidad en torno a situaciones de necesidad”. “Saint Martin – señala don Mariano – está en la comunidad, en los pueblos: dondequiera que haya una situación de necesidad, allí está. No es una organización que institucionaliza la atención por las personas necesitadas, sino que llega a la familia incluso en el pequeño centro rural, y trata de involucrar a las personas en torno al sujeto necesitado, forma voluntarios allí mismo, a los que no se los remunera: sino que se les proporciona exclusivamente formación profesional sobre la discapacidad o la situación de necesidad y preparación espiritual. Por lo tanto, el proyecto es seguido y monitoreado. Y en caso de necesidad de atención hospitalaria, se moviliza para que el paciente sea atendido o tratado en centros apropiados”.

Al Shabaab y las langostas

La zona en que opera la organización, en la parte central de Kenia, “es una realidad rural, donde se encuentran pobrezas materiales muy fuertes, especialmente en las zonas más alejadas del centro de Nyahururu”. Uno se enfrenta a “situaciones de vulnerabilidad social, como por ejemplo, un padre o una madre adictos al alcohol y sus hijos que se encuentran abandonados, por lo tanto sin casa ni comida”. En semejante contexto, se insertan después las vulnerabilidades de un país aún socavado por la corrupción, las desigualdades sociales, el desempleo, la violencia vinculada también a los ataques yihadistas del grupo al-Shabaab y, sobre todo en las últimas semanas, a las enormes pérdidas de reservas forestales y de animales debido a la invasión de millones de langostas.

El futuro en manos de una mujer

Pero Kenia sigue siendo “un país hermoso desde el punto de vista natural, de las posibilidades y de la gente que vive allí, con potencialidades increíbles”. El deseo de don Mariano “es que este pueblo siga cultivando lo bello, lo bueno que lleva dentro de sus propias raíces, dentro de su cultura” sin ceder al “deslumbramiento de convertirse en una economía emergente – porque se está convirtiendo en una de ellas – en la que tal vez la tentación de ir tras ‘nuestro’ modelo occidental hace que corre el riesgo de disminuir, de diluir lo que es la singularidad y la originalidad de su pueblo”. En particular la realidad rural “es sana, en la que es fácil involucrar a la comunidad” en torno a proyectos de realidad como Saint Martin, asegura el sacerdote. Y la prueba es lo que pasó en diciembre pasado. Con el regreso a Italia de don Mariano, ahora en Salcedo, una ciudad de la provincia de Vicenza pero perteneciente a la diócesis de Padua, la dirección de Saint Martin pasó a una mujer, una abogada africana que trabaja para el Tribunal Supremo de Kenia. Se llama Irene Whamiti, tiene 55 años, y fue una de las primeras, hace dos décadas, en convertirse en voluntaria en Saint Martin. Ahora está a cargo de las decenas de niños y niñas, hombres, mujeres y ancianos que no son autosuficientes y de sus familias que, sin ninguna ayuda, serían abandonados a su suerte.

“Ha tomado las riendas de Saint Martin como directora y como voluntaria: Irene – dice don Mariano – no recibe un salario por el trabajo que realiza y es una persona que no sólo conoce la historia de Saint Martin y se preocupa por su misión, sino que también es una mujer y una profesional capacitada. Nos parece un hermoso signo desde el punto de vista de la igualdad de género, de lo que puede significar dentro de la Iglesia y de la sociedad en Kenia”. En la voz de don Mariano hay cierta emoción por otra meta alcanzada: Saint Martin camina ahora con sus propias piernas, confiado a la comunidad africana local. Por su parte, el misionero no olvida los días en Nyahururu. Promete regresar a Kenia, incluso “sólo” para una visita. “Parecería grosero no hacerlo”, confiesa. Después de todo, allí están los amigos con los que “sufrió y “se regocijó durante veinte años” y, recuerda que “la amistad y la cercanía permanecen” para siempre.

Credito: Vatican News

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